¿Por qué hay algo en vez de nada?

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Quienes consideran que la pregunta fundamental de la filosofía la formuló Leibniz al cuestionarse ¿Por qué hay algo en vez de nada?, no se remontan, de facto, más allá del problema sobre el sentido de la vida humana, y por ende de la cuestión principal que Camus expresó diciendo ¿Por qué no me suicido?

Ambos interrogantes están arraigados en el misterio más punzante para el ser humano, a saber, el sentido de todo y, concretando más aún en el por qué hay una materia que se piensa a sí misma –posee conciencia- si se halla en un mundo sin sentido.

La cuestión crucial es, por tanto, el sentido, no las causas del ser. Cierto es que escudriñar por qué hay algo, en lugar de la nada absoluta, permite configurar hipótesis sobre el sentido, en cuanto descubrir el lugar del hombre en el universo despejaría amplias dudas.

Así, si la necesidad acuciante es dotar de sentido la vida, podemos tal vez por nuestra incapacidad metafísica, particularizar la pregunta para poder identificar qué hace que quiera seguir viviendo. Parece que intentos más pretenciosos de explicaciones universales no pasan de ser meras hipótesis incontrastables, que urge reducir al ámbito del sujeto concreto para averiguar por qué la autoconciencia no nos aboca indefectiblemente a la autolisis.

Porque dispuestos a rebuscar nos resta saber si tiene algún sentido y debe tenerlo que haya una materia con conciencia que lleve a preguntarse angustiosamente por sí misma.

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