Eufemismos: la muerte voluntaria

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Siendo la denominada muerte voluntaria –eufemísticamente, como marcan  los cánones vigentes- la causa de fallecimiento no natural más elevada –por encima de los accidentes de tráfico- es sorprendente que sea una cuestión tan velada. Algunos aluden al conocido “efecto Werther”, el  cual nunca ha podido ser rigurosamente demostrado, y al que hay que contextualizar en pleno auge del romanticismo, en el que el yo se sitúa como eje vertebrador dominado y valorado por sus emociones, pasiones y desventuras. Este argumento ha sido utilizado en distintas épocas posteriores siendo el entorno cultural muy diferente. De hecho, también podría ser usado para acallar la violencia y asesinatos en el seno de las familias por su posible efecto de contagio. Y, de la misma forma, deberían eliminarse los spots que inducen al juego, las apuestas, por estimular la ludopatía e incluso introducir en ese enjambre a quienes no se hubieran adentrado nunca con otro tipo de juegos.

Así es que intuyo que no es esta la razón por la cual se tapan con un tupido velo las tasas de suicidio –ahora sí, me crispa la incapacidad de nombrar lo que atemoriza-

Podríamos pensar que los trastornos mentales también han aumentado y que eso por sí mismo justificaría el de las autolisis. Pero discrepo en la identificación de que todo suicida padece un trastorno psicológico o psiquiátrico. Las causas que llevan a un sujeto –porque hay que tener subjectum- a quitarse la vida pueden ser muy dispares, como lo son las biografías individuales. Sin embargo si algún elemento hubiese en común es el entorno cultural, social y económico, las condiciones o formas de vida, en que se producen estos actos. Como las biografías siempre han sido multidiversas, me inclino a pensar que el auge de los suicidios radica en el planteamiento de vida que se ha impuesto al hombre/mujer  occidental con el desarrollo de la sociedad neocapitalista y de consumo que los ha ubicado en una situación insostenible. Es decir, sostengo la hipótesis de que la forma de vivir, no es vida para la mayoría de personas y algunas acaban tomando decisiones radicales al respecto.

Por otra parte esta última percepción de vacuidad o sinsentido vital puede identificarse en numerosos artistas, cuya capacidad y genialidad les ha llevado a otear el abismo en su búsqueda existencial, y tal vez se han topado con la nada. Diría que la única diferencia entre unos y otros es el grado de autoconciencia con la que llevan a cabo su muerte. Unos pueden aducir causas absolutamente externas que no son sino desencadenantes de vacíos internos, o también no se puede descartar de situaciones indignas de vida por no tener medios básicos ni para sobrevivir. Otros pueden llenar su existencia de alcohol y drogas, pero eso no será más que síntomas de una profunda insatisfacción interior.

Además hallaríamos a ese otro grupo de personas que por enfermedades terminales, dolorosas y denigrantes estarían implorando un suicidio asistido, cuestión de la que estamos aún algo lejanos en el Estado español.

En síntesis, rompamos tópicos, no se suicida mayoritariamente el “loco” en su sentido peyorativo, sino el cuerdo, el iluminado que ha masticado el despropósito de una sociedad que tiende en masa a su autoaniquilación, junto con una existencia que no posee más substancia que la de una mariposa, por muy bella que esta pueda parecernos, que no deja de ser un ente vivo sin necesidad de significado.

Para acabar insistiré usando una metáfora médica: solo puede haber contagio donde hay virus, que sabiendo que los trastornos psicológicos son una entidad gnoseológica mucho más compleja que un virus, es difícil sostener que alguien pueda suicidarse por contagio, si  no es algún tipo de “virus” pandémico esto de quitarse la vida, que por su propagación debe haber dado con el hábitat idóneo para su subsistencia.

Todos deberíamos hacernos conscientes de este fenómeno, pero en manos de las autoridades sanitarias, y en primer lugar de los políticos y sus prioridades, está el buscar maneras de prevención que me temo que exigirían cambios estructurales tan profundos que nos permite entender el por qué se oculta una realidad más grave que los accidentes de tráfico, que siendo importantes, se combaten continuamente en los medios de comunicación, mientras que no se reflexiona sobre el suicidio como problema social –más allá de lo biográfico, que también es un factor indiscutible-

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