El retorno

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El desafío estaba datado. Después de cuarenta años ambas mujeres –niñas en su momento- estaban dispuestas a vivir un reencuentro inimaginable, y por tanto un pasado que, enterrado por la urgencia de la desaparición repentina, les había causado abandono  y el menosprecio de sí mismas que conlleva cualquier ausencia sin previo aviso.

El nerviosismo convulsionaba las palpitaciones de las venas, haciendo un recorrido inconcebible por cada recodo del cuerpo. Estas mujeres se sentían oscilando entre el deseo de recobrar a alguien que ya no era, y el recelo de con quién iban a encontrase y qué iba a fluir, si no se producía un colapso, en los sentidos internos de cada una de ellas.

Nunca hubieran, ni de hecho habían, especulado sobre semejante acontecimiento, porque la experiencia nos ayuda a entender que las personas pasan como brisas, algunas traspasando con su aroma cada poro de la piel, pero en cualquier caso, son fugaces, efímeras y no retornan para intercambiar cómo ha ido el tránsito vital. Así que, en su interior, era como si regresara un ángel fugado que se marchó con la contundencia de un final abrupto y definitivo.

La mañana apuntaba un día incierto pero, con certeza, una jornada para no olvidar, ahora que dicho olvido no es ninguna necesidad para crecer, ni proseguir, con todas las fuerzas que conlleva ser adolescente. Saben que ya no habrá nada que negarse a sí mismas, porque los acontecimientos son, a su edad, relevantes y poseen el vigor de la edad para sostenerlos.

El tren al pasado metamorfoseado en un presente inaudito partía la las nueve, y con temor pero decididas iban a reparar interrogantes añejos que dejaron rastro en su torturado corazón de adolescentes.

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