¿Para qué vivir?

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Hay elementos reiterativos que se utilizan para intentar explicar el mundo contemporáneo que, sin cuestionar su veracidad, nos producen una impotencia y ya casi indiferencia demoniaca. Me refiero al hiperconsumismo –la falacia de satisfacer toda necesidad con bienes de consumo- el desarrollo de la tecnología que aumentará el banquillo de los parados –sobre todo de los menos cualificados- el individualismo –que no por ello hace a todo humano insolidario, ni insensible- los problemas migratorios –vistos como amenaza en una era en que el trabajo y el acceso a prestaciones sociales decae sin remedio- el nihilismo que adopta formas de vacuidad y sinsentido, pesimismo y ligereza o liquidez de todo cuanto podría habernos servido de referente existencial…

Este panorama no puede abocarnos más que a la desesperación, a la competitividad por la supervivencia y a un estado de apatía y desidia que desemboque en un deterioro ostensible de la salud mental. Porque habitar un mundo que va eliminando la posibilidad de existir con cierta dignidad y percibido  como un sibilino Leviatán contra el que solo podemos replegarnos, no puede generar esperanza en nada, y si la nada es lo único esperable ¿Para qué esforzarnos en vivir, si con algo de fortuna solo vamos a lograr existir?

Así, pensemos ahora que además somos jóvenes que navegan en una incertidumbre angustiante, porque la supuesta vida que deberían conquistar para sentirse mínimamente satisfechos es casi una utopía, que paradójicamente no deja de presentárseles como la única vida posible. Sorprendernos pues del aumento de la violencia, del ensañamiento que esta implica en muchos casos, de la ausencia de piedad o compasión por parte de jóvenes que solo se sienten agredidos en la medida en que se les imposibilita el camino o el acceso a una vida digna, es padecer una ceguera profunda. Porque el tipo de violencia a la que están sometidos los jóvenes es anónima –el sistema-, pero su poder menoscaba psicológicamente una disposición mental equilibrada capaz de lidiar con ese gran monstruo invisible que los apisona, deteriora y pulveriza. ¿Qué hacer sino defenderse contra una masa, que siendo víctimas como ellos, simboliza ese anonimato arrollador que les impide vivir? Diferentes formas de violencia hallarían su justificación en este contexto desolador.

Ahora bien ¿qué nos queda por hacer a los adultos ante un campo de batalla que  engulle sin oposición a los jóvenes? Tal vez, sentirnos de entrada responsables del mundo que van a heredar y tras ello actuar en pos del bien mayoritario –si puede ser común- para que alguna brizna de esperanza aparezca en el amargo horizonte que vislumbran. Esto es posible; amortiguar la dureza del falso diamante que recibirán como heraldo. Para ello quizás, y siendo pragmáticos, necesitamos muchos chalecos amarillos que se propaguen por una multiplicidad de países,  con la fuerza y el coraje de forzar a los gobiernos a tomar medidas que garanticen un trabajo y una vivienda digna a los que, al menos, han luchado y trabajado para ello. Los movimientos sociales pacíficos son un símbolo que nos honra, pero absolutamente ineficaces porque acaban aplastados a fuerza de porra. No dejo de pensar con una nostalgia agria en el movimiento de los indignados y los que fueron víctimas de la violencia de los gobiernos para mantener su estatus quo. Por ello, la experiencia nos muestra que sin voluntad de resistir, defenderse y desmontar una ciudad a base de violencia si es necesario, no podremos nunca contrarrestar la violencia de Estado que ejercida “legítimamente” solo sirve para someternos en sociedades “democráticas”, sin participación alguna del pueblo.

Solo por la supervivencia y la conquista de una existencia digna puedo llegar a la conclusión de que quizás la violencia por parte de la ciudadanía sea la única alternativa. Tan solo, lo reitero por la defensa de los derechos sociales y económicos que están acabando de forma discreta y silenciada con la vida de muchas personas. Ni banderas, ni naciones. Las personas y su dignidad son lo único que me lleva a replantearme el uso de la violencia en contextos como el actual que está devorando ávidamente personas.

Plural: 3 comentarios en “¿Para qué vivir?”

  1. Una entrada muy interesante pero, antes de utilizar la violencia, yo me decantaría por una huelga a nivel mundial. Eso sí le daría miedo a los grandes poderes que gobiernan el mundo: banca y empresas.
    Y, si bien es cierto, que la gente menos cualificada sufre el paro, también lo es el exceso de universitarios en carreras que no tienen futuro. Así pasa, por ejemplo, en España. Hay muchas carreras que no tienen salida comercial y la gente se ve obligada a buscar trabajos menos cualificados o emigrar. Un saludo.

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  2. Me siento identificado con lo expuesto pero a la vez creo que la violencia explícita no tiene porque suponer un gran cambio en la situación si está dirigida de forma relativamente egoísta. Y con egoísta me refiero a personas que luchen por su situación material concreta, pero que no cuestionen el todo. Creo que el cambio solo puede pasar (violencia explícita mediante o no mediante) por impugnaciones realmente radicales al propio sistema, y no solo a sus consecuencias más desagradables como si estas fueran opcionales y hubiera una forma de «gestionarlas» mejor. Y supongo que eso también pasa no solo por hacer críticas fundadas, racionales y emocionales al sistema actual, sino intentando instaurar poco a poco en el imaginario formas de organizarse realmente distintas y diferentes. Si ni siquiera la gente puede permitirse imaginarlo es imposible que puedan querer luchar por ello.

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