¿Somos idiotas o imbéciles?

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Ayer acudí al centro de asistencia primaria (CAP) de mi barrio y me quedé estupefacta cuando constaté que ya no existen las visitas de urgencias; han pasado a denominarse “visitas espontáneas”. Es verídico aunque parezca un chascarrillo; entiendo que consecuencia del lenguaje eufemístico que licua y disuelve progresivamente  todo en nuestra sociedad.

Mi primera reacción fue una súbita indignación imbuida de rabia, porque me pareció el summum de la manipulación  que los poderes públicos y privados ejercen sobre la percepción de los acontecimientos por parte de los ciudadanos, disfrazándolos de términos livianos que  la distorsiona y desfigura.

Es como si consideraran que quien recurre al CAP, sin hora previa, lo hace porque  ha sucumbido al tedio vital y ocupa su tiempo  haciendo cola como un borrego en los centros de salud públicos.

Tras sosegarme, mantuve un soliloquio interior en el que me lamentaba de cómo permutan la crudeza de los hechos mediante una ideología subterránea que nos lleva a creer que vivimos como dioses en el paraíso del consumo y que todo cuanto hacemos es elegir lo que no apetece del mercado. Así, cometen la torpeza de presentar la sanidad pública como un producto más de consumo para el tiempo de ocio, una superficialidad más de la que degustamos porque es gratuita.

Además, y siguiendo con mi merodeo mental, me inquietó la duda de si nos consideran idiotas democráticos –en el sentido grecorromano- o imbéciles –en su origen grecolatino “sin bastón”- ; es decir o egoístas indiferentes a lo público y solo avezados en lo propio, o unos débiles, frágiles y vulnerables individuos a los que se puede mangonear.

La conclusión me pareció obvia finalmente: somos imbéciles, y esta característica del individuo, o átomo diluido en una sociedad compleja, favorece y posibilita a esos poderes fácticos y muy reales hacer de nosotros lo que se les antoja o, más rigurosamente, les conviene para mantener su estatus quo.

¿Saldremos alguna vez de la imbecilidad para sustanciarnos como sujetos de nuestra existencia y agentes sociales que se defiendan contra el Leviatán? –que no es el Estado, como decía Hobbes, sino este sometido al poder económico-

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  1. Ana, amiga mía. Dudas aun que no saldremos de la imbecilidad programada; por quienes respondiendo a los intereses paleolíticos se dicen profesionales de marketing, psicología, sociología y otras disciplinas que permiten cada tanto, elucubraciones espasmódicas de las bellas letras. Oh…Ana; jamás los ciudadanos han estado tan lejos el uno del otro, sin importarle nada mas que pregonar «el sálvese quien pueda». Resultado: constructores de imbéciles 10 – imbéciles 0. Lamentable pero es lo que hay. Un abrazo.

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