La «nueva normalidad», anormal, o la posverdad prosperando.

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El desconcierto sobre el marco político de referencia que se está sutil e inconscientemente infiltrando en nuestra vida social, no es ciertamente la preocupación fundamental de la ciudadanía, que habita el mundo como criaturas despreocupadas a la espera de nuevas consignas. Pero, no por falta de consciencia de lo que está aconteciendo, esta transformación deviene menos relevante.

Al contario, ya que la forma concreta que van a ir adquiriendo las democracias occidentales están supeditadas a exigencias económicas impuestas por razones sanitarias, que deben lograr que el crecimiento y el buen funcionamiento de la producción y el consumo se resientan lo menos posible, aunque sea a costa de mutar las formas de relación social; La idiosincrasia de las culturas mediterráneas, por una parte, se mostrarán más resistentes a estos cambios y, por ende, decaerán económicamente frente a culturas de corte anglosajón, nórdicas o germanas. Es decir, los denominados países del sur de la Unión Europea -que a su vez o se reinventa de forma significativa o tiene sus días contados, considerando que lo único que nos vinculaba, de facto, eran razones económicas, dado el nuevo contexto este nexo está a poco de fracturarse- serán más reticentes y la razón es simple: el esfuerzo y la renuncia a la vida social es más liviano y acorde con el espíritu protestante, las culturas y el clima, en los países más ricos de norte que en los más empobrecidos del sur -incluida Francia-.

Cierto es que, no estoy desvelando nada que no se halle en este momento en el centro del debate de politólogos, sociólogos y filósofos. Parece, en este sentido, que las democracias privilegiarán la seguridad -aquello que en los primeros contractualistas se denominaba la protección de unos contra otros- sanitaria y económica porque los hechos han evidenciado que no podemos deslindar una de la otra. En pro de esta seguridad tranquilizadora para el ciudadano, este cederá ámbitos de su libertad que se verá restringida sin oposición mayoritaria en beneficio de la salud y un puesto de trabajo, para simplificarlo.

Obviamente para ello, la democracia formal deberá sufrir cambios, ya que materialmente hace lustros que deja mucho que desear; ahora se impondrán como irrenunciables una serie de prerrogativas de las que disfrutará el Estado para legitimar desde un nuevo marco legal sus acciones de regulación de la vida social y económica. Dicho de otra manera, iremos evolucionando hacia el modelo asiático que hace unos meses nos parecía indeseable, pero que, tal vez con matices más suavizados, se erige como un modelo nada despreciable que garantice la salud y la economía.

La forma de democracia impuesta, paradoja crujiente, dependerá del grado de resistencia de la ciudadanía en unos países u otros. En este sentido el cumplimiento del confinamiento y de la denominada desescalada es un síntoma a tener en cuenta para que cada Estado calibre como restringir esas libertades con el consentimiento de la población. Así, podemos volver a comprobar que la mayoría de los países del sur, cuando se trata de ir recuperando el derecho a salir y circular por las calles, no atiende a grados de desconfinamiento con rigurosidad. La cultura de hecha la ley, hecha la trampa, recorre los países mediterráneos abarrotando el espacio público de forma alarmante, hasta el punto de llegar a cuestionarnos si la fase de desconfinamiento la elige cada uno. Frente a un gran número de ciudadanos que se atienen a las normas estatales, un número importante de ellos se agolpan en las calles como expelidos por una botella de gaseosa acabada de agitar.

De ahí que la nueva fisonomía de la democracia pueda ser percibida como una imposición antidemocrática por unas culturas o como un mal menor por otras. Seguramente, prosperaran con menos dificultades estas últimas y, entonces, la defensa acérrima de las democracias liberales se verá ridiculizada, ante la necesidad de democracias más socioeconómicas y de talante menos participativo -si cabe-, en la que o cedemos libertad o fructificarán los conflictos sociales por razones políticas, sociales y económicas.

Curiosamente, la voluntad de denominar normalidad adornada con el término de nueva, que siempre inconscientemente se asocia a algo mejor -como muestra la neomanía en el ámbito del consumo y no podemos olvidar que somos sujetos de consumo- es una estrategia embaucadora para que asimilemos como “normativo” y sin resistencia, la nueva situación que en cuanto se vincula al término nueva ejerce una seducción y genera la convicción de que será para vivir mejor. Esto en la era de la posverdad, es absolutamente factible, ya que lo auténtico o genuino es lo que se presenta como último reconocido como verdadero. No hay mejor coyuntura cultural posible para que prosperen democracias, que se acaben alejando de lo que concebíamos hasta hace pocos meses como lo que debería ser una democracia. Al final acabaremos dándole la razón al viejo Platón en algunas de sus valoraciones sobre este sistema, parece que obsoleto, de gobierno.

Plural: 16 comentarios en “La «nueva normalidad», anormal, o la posverdad prosperando.”

  1. Hace ya unos años que, en nombre, dicen, de la seguridad (¿?) se nos tiene en libertad controlada. No necesitan implantarnos un chip. Con los móviles y las tarjetas de crédito, más el rastro de nuestras opiniones en la virtualidad, somos un libro abierto; ahora solo hace falta que ese libro se abra por la página que a cada uno nos interese.

    Un saludo.

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  2. La verdad es que cuando escucho lo de la “Nueva Normalidad” se me ponen los pelos como escarpias. ¿Qué me quieren decir con eso? ¿Qué hemos de decir amén a todo recorte de derechos individuales en aras a la seguridad sanitaria? Concepto este que, por cierto, queda monopolizado por el propio gobierno.
    La crisis del coronavirus no puede ni debe ser la excusa para recortar las libertades individuales de una manera permanente. Ni ha sido la primera pandemia, ni tampoco la de más gravedad. Por supuesto, cada muerte es algo que lamentar, pero no podemos quedarnos en las cifras absolutas, esas que tanto gustan a los medios. Tenemos que compararlas con la globalidad. A día de hoy en el mundo han sido diagnosticados 3.904.002 personas, teniendo en cuenta que somos 7 mil millones representa el 0,06% de la población mundial, los fallecimientos (275.111) representan el 0,003%. Si hacemos el cálculo en España nos saldría, sobre 47 millones, una tasa de 0,48% de contagios y un 0,06% de fallecimientos. Tampoco sabemos si habrá un rebrote o un virus nuevo. Bueno, ¿cuándo lo hemos sabido? ¿De verdad que esto es razón para una reducción de libertades individuales de modo permanente?
    Y más cuando la situación que hemos vivido ha tenido su base en la incompetencia y negligencia de los propios gobiernos. Estando alertados por China, ¿qué han hecho los organismos españoles de seguimiento de epidemias en enero y febrero de 2020? Sabiendo que es un virus cuya gravedad se centra en personas mayores y con patologías previas ¿por qué no se tomaron medidas de confinamiento para este sector poblacional en el mismo febrero? De hecho, si el estado de alarma se decretó el 13 de marzo, ¿por qué se permitieron las manifestaciones del 8M? ¿O acaso una decisión como el estado de alarma se toma en 24h? Son muchas las cuestiones que deberán responder los distintos gobiernos una vez pase esta crisis.
    Pero insisto, pensar que por todo ello la población deba perder derechos individuales, me parecería una medida más cercana al 1984 de Orwell que una verdadera preocupación por la salud ciudadana.
    Bueno, perdona el rollo. Pero son cosas que se me iban apareciendo conforme leía tu estupendo artículo.
    Saludos!

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  3. Dios amado. Ustedes me hacen viajar demasiado. No se si es contingente pero me han hecho pensar que en breve, habrá solo dos clases sociales: los elitistas y ricos, innatamnte abusadores y los pobres. Porque al parecer, si estás gentes han realizado el meollo que se ha interpuesto en la sociedad, van eliminando, primero desde el más pobre que no se pude guarecer, luego el que depende de la capacidad de los gobiernos para poder subsistir y al débil o enfermo «disque por salubridad». Así quedará solo la clase trabajadora esclavisada en la pobreza a merced de unos pocos castradores de la libertad. No se, me pongo como loco cuando te leo.

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    1. No tengo «la verdad», que en muchos casos es tan compleja que no puede casi ni ser identificada….solo poseo una inercia a sospechar de que lo mejor que les puede ocurrir a los que dominan el mundo es que nos sometamos todos como corderitos..y esa sopecha, cuando saltan a la palestra determinados hechos concaminantes, sme provoca una decsraga eléctrica neuronal que me lleva a regirar y repensar lo que sucede según los medios, y lo que debe haber detrás de lo que nos dicen que sucede…gracias por leerme!!!

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      1. Eso es precisamente de lo que pienso, la verdad es relativa a quien la trasmite, el absolutismo en esta situación no existe. Son las consecuencias que las relaciones llevan las que nos ponen en cualquiera de los lados haciendonos replantear la vida que compartimos. Por eso adoro cuando hablas.

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  4. Es un placer el comprobar que has decidido seguirme en mi web: “minovela.home.blog”. Estoy segura de que se creará un vínculo increíble entre nosotras. Me encanta la idea de compartir contigo la riqueza de mi libro, porque su novedad va más allá de lo cotidiano y su mensaje no nos puede dejar indiferentes.
    ¡Bienvenida!
    Mary Carmen

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  5. Me hiciste recordar un meme que está circulando por allí:
    «—lo peor ya pasó, y ahora que viene? —pregunta uno
    —la pos-peoridad —responde otro»
    El modelo asiático dejó de ser totalitario y controlador, pasó a ser eficiente, sólido y próspero. Si la economía manda, esta es la forma de producir más rentable (demostrado) Al mismo tiempo, las libertades occidentales se estaban volviendo más exigentes, la población se estaba agrupando por su propia cuenta y riesgo en las llamadas subculturas, ajenas al control estatal y la información circula con demasiada libertad. Ergo: Hay que unificar criterios. En nombre de la salud (¿quién no teme a la enfermedad y a la muerte? hasta el punto de no prestar atención a las incoherencias y contradicciones en cifras y normas ofrecidas por los mismos organismos autorizados) Luego, control de los medios camuflado en frases, vestimenta y condescendencia (para no alarmar a la población cada vez más infantilizada) Basta con ir cambiando de canal en los noticieros y ver como las imágenes y discursos se repiten con exactitud, hasta parecer una sola, un mantra para nuestros oídos, que poco a poco cala y anida en nuestros cerebros. Lo lamento por los que hoy tienen entre 6 y 16 años, tendrán que re-luchar por la libre circulación y la libertad de conciencia, que enfrentarse con el discurso del bien común ahora en nombre de la salud pública, antes en nombre de la libertad (con la guerra fría) antes en nombre de Dios, de Roma en fin ….

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