La buhardilla, en la que vivían, estaba abandonada y desperdiciada por los vecinos del inmueble. Sus reducidas dimensiones hacían de ella un espacio inservible como trastero para la comunidad y, por eso, decidieron ignorarla. Su única utilidad se limitaba a parapetar a los que habitaban en el ático del duro sol del verano y de los rigores del invierno.
Por eso, Jan, habiéndose apercibido de esa circunstancia, solicitó al portero que lo consultara con los vecinos y estos, en un alarde de piedad, dejaran que se alojara con su hermano pequeño. Jan contaba con doce años y Raúl con cinco. Obtener el beneplácito, les obligó a tener que justificar tal situación con el certificado de defunción de sus padres y, pactar que, si alguien los localizaba, pensando en los servicios sociales -sobre todo- ellos negarían haberles concedido permiso y los acusarían de haber ocupado el desván.
A Jan le pareció…
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Muy buen relato, Ana. ¡Qué historia tan inquietante! Un abrazo.
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Gracias!!!!
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