El covid19 ¿una justicia cósmica?

Duele excavar en las profundidades de un presente desolador que tan solo posee la virtud de constituir un mal planetario. Esta aseveración, que puede resultar paradójica, manifiesta la diké -la justicia cósmica griega- que equilibra las desproporciones y reparte el mal y el bien distribuyéndolo equitativamente.

Aunque tampoco sea este padecer proporcionado, sí satisface el hecho de que las zonas más privilegiadas se vean sacudidas por las mismas desgracias que las desfavorecidas endémicamente. No significa esto que es el mal de unos compense el de otros, pero sí que aquellos que habitamos el planeta con la comodidad del bienestar nos sintamos abrumados por los azotes que otros sienten diariamente.

Lo trágico es que, a pesar de que este virus mundial encuentre los escondrijos más inverosímiles para infiltrarse, los que somos privilegiados sobreviviremos con más o menos fortuna -o una aplastante mayoría-, mientras que los desposeídos de todo se hundirán, como ya es habitual, en una crisis de alta mortandad y más descalabro económico si cabe.

Ciertamente, me entristece pasear por las calles y observar una recua de individuos que trajinan maquinalmente con bozales; el otro es una amenaza, yo constituyo un riesgo para el otro, y esta ley de transitividad y reciprocidad lleva a evitar y a alejarnos sobre todo del desconocido. También del vecino habitual con el que antes charlábamos amigablemente.

A pesar de esta pena, percibo que la universalidad vírica constituye una acción de justicia terrenal para que los más acomodados experimentemos de forma extraordinaria, lo que para una mayoría de humanos es una cotidianidad, al enhebrar una epidemia tras otra: ébola, sarampión, malaria, covid19…seguramente el nombre del bichito les sea ya indiferente a los neófitos, a la población que lo padece en primera persona, y que viven sorteando enfermedades altamente contagiosas, con hambrunas y guerras.

Así, esto que nos afecta ahora a los que hemos acumulado todo para despojar a la mayoría, y abandonarlos con poco, constituye tal vez una moraleja simbólica azarosa, o no, que nos debería espolear para que de una vez por todas, quienes realmente manejan esos hilos invisibles, filtren por el cedazo de su conciencia moral qué clase de mundo es este que nos afanamos en mantener ¿dónde queda la alteridad que nos identifica, y qué estamos haciendo con el otro? Ese anónimo sin rostro que al no ser yo, me permite ultrajarlo sin pudor alguno.

Me entristece la situación, pero simultáneamente experimento un cierto gozo al comprobar que somos víctimas -o tal vez verdugos- de una fatalidad que no se ceba exclusivamente con los despojados de siempre.

Acaso sea que el que no se consuela es porque no quiere, o también que anhelamos una justicia por la que no tenemos el verdadero coraje de luchar.

PD: Deseo clarificar que el fragmento debe leerse en alguno de sus pasajes con un sentido metafórico, es decir, no sostengo que haya fuerzas sobrenaturales que rigen el universo, pero la carga simbólica que posee esta idea me resulta de una fuerza interpretativa muy sugerente.