A propósito de «La pianista» de Elfriede Jelinek.

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Leyendo “La pianista” de la escritora galardonada con el Nobel, Elfriede Jelinek, descubro una escritora con una peculiaridad indiscutible: un aparente laconismo mediante el cual recrea un clima, unos sucesos casi carentes de acontecer, que te sumergen en un contexto en el que abunda la rigidez, la ortodoxia y por tanto la asfixia vital de la protagonista. Y, entre este despliegue de zarpazos transcritos, me encuentro ensimismada en un fragmento ilustrativo del ambiente mencionado:

“(…) El instinto de la manada siempre lleva a valorar muy alto lo mediocre. Lo aprecia como valioso. Creen que son fuertes porque representan a la mayoría. En las capas medias no existe la sorpresa y el temor. Se empujan unos contra otros para sentir la ilusión del calor. En la mediocridad nadie puede encontrarse a solas con algo, mucho menos consigo mismo ¡Y cuán felices parecen! En su existencia nada les parece reprobable y nadie podría reprobar su existencia (…)” 

La manada, la masa, lleva inscrita la mediocridad que tiende a enaltecer como supremo lo absolutamente mediocre, ya que hallan en ese carácter adquirido el refugio de su incapacidad y falta de voluntad. De hecho, el sujeto es la misma aglomeración de individuos anónimos, protegidos por el hecho de constituir una mayoría que devasta lo singular y diferente por su densidad aplastante. Esto conforma su identidad, la pertenencia a un tumulto homogéneo que les previene de la soledad; inclusive de aquella que siendo sujetos parecería inexcusable: la de reencontrarse consigo mismos. Así, la mediocridad de la masa les protege no solo de la reprobación social respecto de su forma de existir, sino también de una sospechosa expresión de felicidad en ese estar tumultuosamente agazapados, porque ¿quién podría cuestionarlos?

No obstante, hay una crítica ácida y despectiva de quienes huyen como animalillos asustados de su idiosincrasia humana, que les conduce a desplazar la responsabilidad de su existir al sujeto-masa que los protege incluso de sí mismos. Esta dejación de la propia existencia, por la incapacidad y el miedo a afrontarla, induce a los individuos a diluir su identidad en una entidad abstracta, que cumple a su vez la función de sujeto que existe, como tal, y que asume esa medianía que se genera de la dimisión de la propia vida. Por ello, considera Jelinek la mayoría mediocre es anodina, conformista y aliada de lo mediocre.

Sugerente apreciación la que realiza la autora si nos trasladamos a la sociedad actual y observamos las nuevas maneras en que se expresa esa mediocridad. Hoy, parecería que la diversidad de opinión, manifestación y exhibición de formas alternativas de vida liquidaría de un plumazo ese concepto de mediocridad que aparece recurrentemente en la obra de Jelinek. Pero lejos de eso, nos encontramos conque es, precisamente, la posibilidad de formas de vida diversas la que absorbe al individuo en unas u otras, seduciéndole y convenciéndole de que, liberado de la masa mediocre, ha sido capaz de elegir el colectivo que se adecua a su identidad. Este ardid del sistema social es un artificio brillante por su eficacia, porque logra hundir al individuo en la masa sin que este se aperciba, y en consecuencia el dominio sobre él es, por sibilino y sutil, más poderoso.  

En última instancia, lo que se realiza es un relato de lo que hoy denominamos “políticamente correcto” y, en ese sentido, una aparente posibilidad de identificación con los colectivos que son reivindicados como legítimos e incluso amparados, en sus derechos, legalmente. Mas, lo que ciertamente sucede es una fragmentación de la masa, sometida a imperativos indiscutibles, que con más docilidad se someten a lo que ellos creen elegir.

De esta forma, la mediocridad sigue predominando porque una sociedad solo se zafa de ella cuando los sujetos son educados en la libertad de desarrollar libre y creativamente su opción de vida, pensamiento y acción. Esto, obviamente, no puede propiciarlo un sistema sin poner en riesgo su propia integridad. En consecuencia, lo que se promueve en las sociedades democráticas actuales son mecanismos que generen la convicción al individuo de ser sujeto, mientras que siendo esta la apariencia consensuada, el individuo puede sentirse encorsetado de forma asfixiante, asediado y angustiado; estado que fácilmente calificamos de disfunción, trastorno o enfermedad mental porque teniéndolo todo, al individuo no le satisface nada.

El teatro del mundo al que nos adaptamos o somos escupidos por anómalos; cuando lo que puede haber sucedido es que la contradicción inherente al sistema nos ha generado confusiones internas, que son el síntoma de una sociedad enfermiza, aunque tremendamente eficaz para su subsistencia y lucro. El beneficio, en definitiva, de un complejo invisible que maneja los hilos, a pesar de que no constituya más que una minoría que concentra el poder y el dominio sobre sus congéneres.

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