La vida es una danza sin un ritmo prestablecido, a menudo con la muerte. Quien baila con la parca se desliza peligrosamente hacia los límites de lo vivo, pero, al mirarla de frente y sostenerse erguido, el baile se convierte en un pulso constante cuyo desenlace, tarde o temprano, culmina con la disolución del osado bailarín.
Danzar es el dinamismo del vivir, y la belleza de los movimientos no depende del lugar al que nos conducen, sino de ese fluir con el que nos emocionamos, sentimos y extraemos lo más radical de nuestra condición.
Mas, no todos concedemos o buscamos ese ambiguo baile, creyendo que postergaremos, cuidándonos del riesgo, ese final universal. La nitidez de esta creencia es opaca, ya que la guadaña puede sesgarnos el cuello en cualquier momento, mientras que aquellos que se atreven a bailar experimentan compases bellos, instantes eternos, entregados a la vida sin el miedo a morir, acontecimiento que siempre tendrá lugar.
Querer vivir en el ámbito de la certeza nos hace temerosos, más cuando no hay certeza. Así es que, en lugar de sufrir escondiéndonos en nuestro caparazón como si fuésemos caracoles, va a resultar más fructuoso, apasionante y vibrante, danzar sin miedo a caer o a no mostrar movimientos acompasados. Cada uno baila a su manera, y ese baile es tan auténtico como el más bello deslizarse armónicamente, porque es el nuestro, el propio. Dejemos de transitar abrumados por ese final que nos aguarda, y vivamos, es decir dancemos dejándonos llevar por nuestro propio compás, exprimiendo el jugo de cada gesto que nos entrelaza con los otros en esta lid inevitable.
A ce pas l’oreille trouve dans la musique plus d’effets qu’en gymnastique et donne au corps la cadence qu mène au bout sans chuter.
C’est bon la danse, Ana !
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