TODO PASA Y TODO QUEDA

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El concepto de tiempo, ese constructo sin el que los humanos no podemos pensarnos ni pensar, puede utilizarse en el ámbito de la ciencia Física y, en ese sentido, ordinariamente como el transcurrir de un momento a otro, mediante lo cual se constituye el pasado, el presente y el futuro; o bien como un concepto relevante para nuestra autoconciencia. Por lo que respecta a la Física, han sido y son diversas las cuestiones meta-físicas que podrían plantearse, y sin las cuales no puede desarrollarse saber científico alguno. No obstante, aquí nos centraremos en ese segundo aspecto mencionado del concepto de tiempo, lo que podríamos, y de hecho así se ha denominado por muchos, el tiempo interno.

Soy consciente de haber escrito en este blog algún post sobre la cuestión planteada, mas curiosamente revolotea cual mariposa macho en pleno cortejo incesantemente por mi mente. Y no porque sea algún tipo de obsesión, sino porque considero que la manera en la que experimentamos el tiempo está continuamente cambiando y, eso precisamente, me impele a repensarlo.

No descubro nada nuevo, si afirmo que la vivencia del tiempo desde que nacemos, pasa de una lentitud fatigante -podríamos llegar a concebir casi la eternidad- a una progresión cuya velocidad nos conduce a sentir la finitud como una muralla en ciernes de atajarnos el paso.

De pequeños nos cuesta entender que determinadas situaciones llegarán, cuando día tras día constatamos que no acontecen. Todo queda ubicado en un horizonte que se erige como un sueño inalcanzable. Los días son largos, las semanas excesivas y los años quimeras. Esta percepción, aunque con menor intensidad, es parecida durante la adolescencia.

Sin embargo, entrados en la edad adulta parece que nos apercibimos del paso del tiempo echando la vista atrás. Si al principio nuestra mirada se fijaba hacía delante, ahora, la sensación de una mayor rapidez en el paso del tiempo la constatamos depositando la mirada en lo pasado. Y empezamos a tener una visión del tiempo diferente, porque dejamos de proyectarnos en un futuro que empieza a darnos cierto miedo, para valorar cuánto hemos vivido -sufrido y disfrutado- y cuán largo es el camino recorrido.

Hasta que llega el momento de mirar a la finitud de frente e ir adquiriendo la conciencia plena de que nuestro final, imprevisible. tiene ahora muchas más posibilidades de realizarse. La actitud ante la muerte es muy diversa, depende de las creencias, de la vida que se ha tenido y de otros factores que sería imposible detallar aquí. No obstante, la mayoría de las personas tienen miedo tanto al momento concreto del morir, como al después. Como certezas no hay sobre el asunto, hay quien puede temer qué pasará después de morir, hay quien posee unas convicciones que le llevan a pensar que será maravilloso. Aunque aquí querría manifestar dudas sobre cuántos humanos son capaces de morirse satisfechos atisbando lo que les espera, ya que el morir a parte de el miedo al dolor físico que pueda comportar, nos apabulla más si poseemos convicciones que se debilitan llegada la hora de la verdad, y aún se puede sufrir más. Hay quienes, por si acaso, intensifican sus rezos según la religión que profesen, como si eso les sirviese para paliar males posteriores en el caso de que hubiese algún tipo de juicio final.

Por otro lado, quizás aquellos que se consideran materia que se descompone inerte y la muerte es un fin absoluto, no padecen por el después que es la nada, sino que intentan garantizarse una muerte digna con el menor sufrimiento posible.

Sea como sea, el tiempo acaba siendo una espada de Damocles que sentimos puede finiquitarse en cualquier momento, y eso es un reto. No creo que puedan darse consejos sobre cómo afrontar la posibilidad de dejar de ser, pero sí que entiendo que lo crucial es buscar la manera para que la angustia sea la menor posible. Afrontar los últimos años de la vida, o días, sufriendo por lo que nos tiene que pasar necesariamente, es desperdiciar la sabiduría que nos ha proporcionado la experiencia para saborear, como gourmets, lo esencial que tantas veces hemos menospreciado. De alguna manera, es como si hubiese que verle las orejas al lobo para asumir que llegó nuestro tiempo y que es ineludible hacer balance, porque ese es el gusto con el que diremos adiós a los otros.

Como decía el gran poeta Antonio Machado “Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo camino, camino sobre la mar”, y en ese dejarnos atrás a nosotros mismos resta la huella, el rastro que quedó en los otros; que, despidiendo a su padre, otro poeta clásico, Jorge Manrique poetizó:

 VII

Ved de cuán poco valor

son las cosas tras que andamos

y corremos,

que en este mundo traidor

aun primero que muramos

las perdemos.

De ellas deshace la edad,

de ellas casos desastrados

que acaecen,

de ellas, por su calidad,

en los más altos estados

desfallecen.

O como se dice popularmente nadie se lleva nada a la tumba, aunque sí dejamos una estela u otra tras nuestra partida. Pensar cuál nos gustaría que fuese nuestro epitafio, es un ejercicio curioso para escudriñar cómo nos vemos a nosotros mismos y en relación a los otros.

Plural: 4 comentarios en “TODO PASA Y TODO QUEDA”

  1. Gracias, Ana, por esta entrada: ¡qué interesante!
    El tiempo, es un tema sobre el que me gusta pensar y sobre el que creo que alguna vez también escribí algo.
    ¿Existe el tiempo más allá de la conciencia humana? ¿Necesita el Universo el tiempo para existir y evolucionar?
    Aunque conozco personas a las que no le pasa (quizás sean atemporales) la mayoría percibimos el tiempo como algo que cada vez pasa más rápido, recuerdo los interminables veranos de la niñez que me parecían siglos.
    ¿En qué momento de la evolución humana surgiría el concepto de una conciencia del más allá o una vida eterna? Hasta la muerte más allá de la conciencia, no es tal, al menos no totalmente ya que el cuerpo sigue su proceso natural… ¿Cuántos átomos de nuestro cuerpo habrán formado parte de otros seres vivos?
    Aún no he encontrado el epitafio perfecto, me encantan los humorísticos del tipo «perdone que no me levante» aunque sea una leyenda urbana.
    Un abrazo!
    JM

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