Nacemos para morir, y entre estos dos tiempos existimos. Aquello que nos depara la existencia no depende únicamente de nosotros; sin embargo, sí podemos aprender qué hacer con ello, de tal forma que sea lo menos dañino, malo, y lo más beneficioso, bueno.
Obviamente, este aprendizaje no es otra cosa que la experiencia, es decir, cómo vamos interiorizando y simultáneamente actuando respecto de lo Otro -sean sucesos o relaciones con humanos-. De lo que sucede, la experiencia también nos ayuda a eludir situaciones nocivas, de la interrelación con los otros, la cual necesitamos como el oxígeno que inhalamos, recibimos y damos afecto, apoyo, sensibilidad, compasión y, a menudo, instantes de alegría que son catárticos.
No elegimos ni nacer ni ser mortales, mas quien no acepta sus condiciones de existencia se enzarza en una lucha absurda, porque nuestro tiempo es finitud y esa finitud es la que hace tan preciado ese intervalo que es la existencia. Y digo “preciado” porque el margen que dependa de nosotros deberíamos convertirlo en una experiencia valiosa, para nuestro bien, ya que existir, existiremos. Podemos entregarnos a la desidia y la desesperación, convencidos de que esta existencia en sí misma no tiene sentido alguno; no hay un por qué metafísico, ni un para qué. Simplemente somos como cualquier organismo biológico. Siempre queda la salida de interrumpir nuestra existencia, pero quien decide eso ha navegado por un oleaje de dolor tan inmenso que su existencia no ha sido vida, sino agonía.
Pero ¿cómo transformar la existencia en vida? Como toda pregunta filosófica no posee una respuesta única, ni, por ende, una forma unívoca para todo individuo. Sin embargo hay condiciones que deben darse para que la existencia no sea un lastre porque estamos abocados a sobrevivir. De aquí, podemos extraer que una condición sine qua non es que poseamos las condiciones materiales para existir, sin padecer continuamente una carencia de medios de subsistencia. Cubiertas estas necesidades, mediante un trabajo que contribuya al mantenimiento de la sociedad misma -aquí habría mucho que analizar, mas nos desviaríamos del propósito del escrito- nos adentramos en una monotonía generada por la institucionalización de la existencia; asumiendo un rol social, un estatus que pueden se insatisfactorios. Así el individuo se cuestiona por sí mismo, por sus deseos, sus preferencias y en ese proceso por su identidad. Lejos de, en este punto, habernos zafado de la categorización que la excesiva institucionalización de la sociedad nos impone, corremos el riesgo de subsumirnos a nuevas categorizaciones cuyo aparente objetivo es deconstruir esas determinaciones sociales fijas, y que, paradójicamente, impone como políticamente correctas otras. La insistencia cultural identitaria impele al individuo a indagar quién es, pero con posibilidades previstas de antemano por los nuevos relatos aparentemente deconstructores: ¿qué sexo me identifica? ¿de qué género siento? ¿soy, por el contrario, alguien que no se siente ni hombre ni mujer, no binario? ¿seré intersexual, trans, gay, …? Es curioso observar que el primer rasgo identificativo que debe, sutilmente, clarificar una persona es su sexo/género bajo el influjo de teoría diversas que los disuelven, o que marcan claramente una diferencia entre género y sexo. Es decir, los deconstrutores de conceptos que hacen de lo real, de lo humano algo fijo, estático, nos urgen a creer que el rasgo fundamental de la identidad de un individuo es su sexo/género. Lo cual no es ninguna evidencia y sería discutible si de manera universal hay un proceso unívoco de forjar la propia identidad. Quienes desean que lo sexual deje de ser problemático lo transforman, tal vez inconscientemente en el problema. Los adolescentes, que se hallan en esa fase de la vida en la que se empiezan a distanciar de lo recibido en la familia y buscan su propia identidad, creen que lo básico es definirse en algún punto de esa nueva gama sexo/género.
Sin embargo, si como planteábamos, lo prioritario es cómo hacer de la existencia, vida -superado el estado de preocuparse por la supervivencia- es cuestionable que ensalzar tanto la cuestión de la identidad sexual no es un enfoque del todo acertado. En primer lugar, porque tal vez esa identificación con los nuevos relatos es la consecuencia de plantear qué es indispensable para empezar a vivir. Y en este sentido, los vínculos con los otros, la necesidad de interactuar, por ser interdependientes es lo más valioso. Hay que reconocer que no somos completos sin la mirada del otro, este es el primer paso para sabernos seres cuya corporalidad exige otros cuerpos, y un cuerpo es otro ser humano en la búsqueda de su propia vida. En síntesis, la naturaleza de las relaciones y cómo me sitúo yo ante ella llevará a identificarme en otros aspectos como la sexualidad, las creencias, los valores propios que derivan de lo recibido familiar y culturalmente y de la reflexión y apropiación que posteriormente hace de ellos cada individuo.
Además de lo dicho, cabe destensar ese binomio individuo-colectividad, porque no son opuestos, la presencia de uno no supone la desaparición del otro, y eso implica que son complementarios, que se exigen, se necesitan para que el bien buscado sea de la comunidad, ya que, entonces, lo será para el individuo -aunque lo que satisfaga sean sus convicciones y no necesidades concretas-.
También resulta paradójico que una ontología del fluir continúo que se resista a someterse a las categorías tradicionales, ofrezca como alternativa una aparente pluralidad de identidades, que constituyen más instantes en esa línea imaginaria del tiempo -aunque sea esta circular-, que no dejan de ser categorías, aunque de facto los individuos vayan fluctuando de una a otra para no ser nada en concreto respecto del sexo/género. Lo que ha variado ha sido la cantidad de categorías -que no se reduce a hombre/mujer en contra de lo que las teorías biológicas evolutivas han explicado- y la posibilidad de variar de una a otra, según se sienta el individuo o, por qué no tenerlo en cuenta, en función de lo que se impone por insistencia como lo ortodoxo y, en consecuencia, como lo verdadero.
Seguiremos,…
La existencia es una imperfección, no cejaba de rematar el maestro Sartre en sus escritos, somos proyecto inacabado en constante construcción, el problema radica en que nos creemos inalteradas esencias….No entiendo ese filosófico afán por complicar las cosas, es fácil: Hay likes = existes, No hay likes = No existes…más claro ni el agua…Mi otro Yo que no ceja de llenar de agujeros la barca conceptual, sorry
Me gustaLe gusta a 1 persona
Like!!!!!!
Me gustaLe gusta a 1 persona
En sí, es una paradoja. Los discursos que se generan desde lo individual o colectivo para explorar la identidad desde la experiencia o la teoría parten de procesos históricos, culturales y sociales, procesos que parecen ajenos, pero no lo son. Es un ciclo que se va alimentando y transformando. Además, en esa exploración de la identidad nos encontramos con la complejidad de comprender qué soy y qué somos. Interesante reflexión.
Me gustaLe gusta a 1 persona
También la tuya, gracias!
Me gustaMe gusta