El pulpo camaleónico: el profesor

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Me he enterado por el “gran hermano” Google que hoy se celebra el Día Internacional del Maestro. Lo curioso es que la imagen que muestra me ha resultado sugerente, aunque incompleta.

Nos informa de la celebración con la imagen que podéis ver reproducida en la parte superior de este post: un pulpo que con siete brazos visibles –a pesar de que es un octópodo- atiende las necesidades educativas de sus pececillos –alumnos-

¿Por qué un pulpo? La intención del gran buscador la desconozco, pero me parece acertada si atendemos a lo que se espera o exige de un maestro o profesor hoy en día –y siento mi desconocimiento pero me limito a hablar de lo que ocurre en el Estado Español- ¿Qué se espera? Pues simple y llanamente de todo. La sociedad de consumidores –esa es la identidad del individuo- utiliza un servicio público, concertado o privado y exige una garantía de calidad –como si compráramos una lavadora- que asuma funciones primordiales que antaño pertenecían a la institución familiar. Es evidente que los cambios que se han dado en la  familia han diseminado sus tipos y, por ende, las responsabilidades que esta se cree que tiene. Pero incluso aquellas familias que mantienen la forma tradicional se han vertebrado homogéneamente con otros tipos, de tal manera que muchas familias son clientes que llevan a sus hijos a la escuela para que los eduque.

El profesor debe ser “el sabio pragmático” que camaleónicamente –de ahí la incompletitud de la imagen a mi juicio- sea capaz de adaptarse a los vertiginosos cambios socioculturales –regidos por lo económico- para dar respuesta a la demanda familiar de educar a sus hijos: en la sexualidad y métodos anticonceptivos; prevención de la drogadicción, alcoholismo, ludopatías; velar por su salud mental y detectar problemas en este ámbito; aprender a manejar  las tecnologías y velar para que hagan un buen uso; asumir valores de tolerancia con la diversidad; ser democráticos; luchar por los derechos políticos y civiles –los sociales no es necesario-; y por supuesto, se da por descontado, una formación académica brillante, sin agobios al alumno ni que este tenga que esforzarse demasiado –pobrecito- que lo haga competitivo en la selva económica que habitamos.

Es decir, el profesor está llamado a ser un superhumano –para nada uso el sentido nietzscheano que se usa en algunas traducciones, cuestionables, pero extendidas- que satisfaga las demandas en ascenso del mercado educativo, estando obligado a saber de todo y a poseer una capacidad de adaptabilidad a los cambios, que se van produciendo, camaleónica; o sea, con una plasticidad y flexibilidad  inusitadas.

Bien pues, para la insatisfacción del cliente, me siento en la obligación de comunicarles que no existen personas así, no solo profesores, sino humanos. Es, ciertamente, una lástima; porque cada familia, tenga la fisonomía que tenga, va a tener que asumir la parte que le corresponde en el proceso educativo de sus hijos, que para su desaliento, es la fundamental. No se pueden tener hijos para que te los eduquen otros. Los hijos no son un bien de consumo que adquirimos y que mantenemos a base de contratar servicios.

Obviamente no todas las familias tienen esta actitud, valga la salvedad que doy por evidente. Y, aunque este diagnóstico pueda parecer cruento y salvaje, estoy convencida de que muchos maestros y profesores se sentirán aliviados cuando lean estas letras en las que se denuncia la perversión que una sociedad de consumidores ha logrado hacer de lo que debería ser un centro de educación infantil, primaria y secundaria. Una devastación que convierte la escuela en lo que vulgarmente diríamos “una chica para todo” –y lamento la expresión machista, pero me ha parecido significativa-.

Con este panorama me cuesta entender qué se homenajea hoy exactamente. Por lo que a mí respecta, así como me he mostrado crítica en cuanto al perfil que, a mi juicio, debería tener un buen profesor, también considero de justicia  denunciar la explotación psicológica y de dedicación en la sombra que se ejerce hoy social e institucionalmente a unos profesionales fundamentales para el presente y el futuro de la sociedad.

Quizás alguien pueda pensar que lo de “explotación psicológica” es una hipérbole lacrimógena. Pues no. Porque cuando se espera, desde todos los ámbitos sociales –incluidas una ingente cantidad de gestiones burocráticas inútiles-, tanto de un profesional que no ha sido ni puede estar preparado para responder a tan altas demandas –para eso existen otros profesionales-, la presión que esa persona siente sobre sus espaldas de “no llegar nunca” a cumplir con las expectativas ajenas –a pesar de las horas que puede dedicar gratuitamente de su vida privada, que no son remuneradas; ese trabajo en la sombra– es tan frustrante y despreciativa que solo tiene dos opciones: o hacer lo que pueda y “cuele”, o dejarse la salud mental en el intento.

Así es que hoy, se me antoja gritar -como aquella voz que clama en el desierto, no soy ingenua- bien alto que basta ya de la dejación que toda la sociedad hace de la educación de los niños y adolescentes, cuando en realidad los agentes des-educativos que intervienen en el crecimiento de los chavales son muchos y diversos. Dejemos ya la hipocresía a un lado y reconozcamos que ningún gobierno se ha tomado en serio la cuestión de la educación más que para adoctrinar en determinadas ideas –eso no es exclusivo de algunos independentistas, por el contrario tanto PSOE como PP han zarandeado el sistema educativo a su antojo cuando han estado en el poder-

Dicho queda…sé que en balde.

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