Una embestida a traición, mientras mis dedos resiguen las líneas de tinta vertidas por un espíritu ávido de rastrear lo grisáceo. Azarada y temerosa por la imposibilidad inmediata de identificar la razón de semejante acometida, me desprendo del tesoro escrito precipitándolo a su fortuna o su infortunio. Erecta y con el radar de la vista
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Desnutrirnos de desafecto, ignorancia e indiferencia es semejante a horadar una concavidad destinada a ser una siniestra oquedad sin culminación posible. Un algo gestado para la vacuidad, cuyo horizonte es ser absorbido sin condescendencia, por súplicas o ruegos, hasta devenir aquello que, de entrada, condicionó y posibilitó su leve estar. El tremebundo acto de asumirnos
Dicen –estoy segura de que parte de lo que voy a formular emerge de la amalgama de lecturas diversas- que si solo hay mismidad, si no hay diferencia, si hay un TODO, las cosas se disuelven al fusionarse unas con otras y no poder diferenciar nada; por ello, allí donde hay un Todo en última
Hay despedidas que se tiñen de ironías punzantes, que a su vez evidencian la rabia por el deseo negado que genera la separación. Indican la dificultad de aceptar un cambio esencial en la naturaleza de esa relación que se ve truncada, tal y como se había desarrollado, hasta ese punto de inflexión. Quien dramatiza o
Quien se halla recluido en el horadado vacío interior, percibe el agrio y ácido sabor de la soledad. Esa gruta donde la oscuridad resta minimizada por la ausencia absoluta y la evidencia del necesario soporte propio genera pánico, inseguridad. Así podemos recurrir al auxilio de quien desde fuera nos fortalezca y nos proteja de nosotros
El fracaso vital emerge cuando logrado todo, se siente ser nada, o no-ser, o lo equivalente: una vacuidad incomprensible deudora de un malogrado sentido.
Hay silencios que se desbordan de tristeza porque irradian una vacuidad que desemboca en la soledad más siniestra. Aunque pudiéramos creer que de la nada no puede brotar un sentimiento de melancolía honda, tal vez, sea ese no sentir que algo en el interior nos pertenece la causa más recurrente de los que se sienten
La “liquidez” es la forma mental de la falta de consistencia y sustancialidad que, al ser acuñado por Bauman, nos permitió aprehender una forma de vida desarraigada de lo existencial y que, por decepción e incapacidad, se perpetuó en esa acuosidad superficial y sin identidad precisa, que iba amoldándose a las imposiciones consumistas y hedonistas
Si solo el asomo de una cierta distancia perturba a alguien con una vorágine emocional que lo ningunea, algún recodo interno siente el vacío de la lejanía anunciada, y hay que indagar qué daño vital le incapacitó para metabolizar cualquier amago de separación.
Cuando la desesperación se apodera del negruzco horizonte, se asenderea el abismo que no es vía alguna transitable, sino la inmaterialidad incomprensible que se revela como el vacío más punzante. Ubicados en ese casi letal laberinto mental no nos queda más que entregarnos a la abisal realidad o lograr amortiguar con lenitivos y engaños ese