El Deseo, ya en la Grecia antigua y en la modernidad a partir de Kant especialmente, pasó a constituir un término que aludía a las pasiones irracionales que hierven en el cuerpo -que no es algo distinto de la denominada mente-[1] y que nos arrastran a hacer lo que no queremos. Es decir, se establecía
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Vamos serpenteando para esquivar lo nocivo y dar con los remansos de vida que quedan, esos en los que la piel se nos eriza de emoción ante un rostro, una expresión o un gesto; y la sensibilidad -no anestesiada- distingue lo genuino, esos restos de autenticidad que quedan en algunas personas. Porque tras una existencia
El diagnóstico sobre la hipervelocidad o la prisa -como matiza Joan Carles Mèlich- de las sociedades actuales es ya un clásico, o sea que no aporta ninguna novedad. Es un aspecto consustancial al desarrollo del capitalismo del consumo desarrollado a la par con lo que se ha dado en llamar la postmodernidad, puesto sobre la
No queremos lo que tenemos; y tener, aquí, es cuanto somos materialmente, lo cual está constituido por lo que vamos siendo en el fluir cotidiano, así como lo que poseemos para subsistir. Como híbridos de bestias y ángeles, deseamos sin satisfacer nunca el deseo, ya que el deseo mismo es un conglomerado de ambigüedades y
Si la voluntad rebosara del deseo de cooperar con los otros y la conciencia de la convicción de nuestra interdependencia, podríamos tejer redes sociales que contribuyeran al vivir bien de todos. Constituiríamos una comunidad cuya alianza poseería una fortaleza firme. Sin embargo, nuestra voluntad no solo se desborda de ese instinto de unión, sino con
Nos empecinamos en hacer lo que no podemos, como si la fuerza de nuestra voluntad pudiera transmutar lo que se halla fuera de nuestro alcance, nuestros límites. No hablamos de lo imposible como acontecer, sino de nuestra incapacidad de causarlo. Agotamos todas nuestras energías en gestar lo que no nos es posible y, paradójicamente, nos
Los anhelos satisfechos son el inicio de nuevas insatisfacciones a cubrir. Esto ha sido constatado por una larga tradición de la filosofía occidental. Tal vez, ante esto caben dos alternativas: querer lo que se tiene o, por el contrario tener lo que se quiere. Considerando la segunda actitud como una quimera inalcanzable sea, seguramente lo
“Afortunado aquel que conserva un deseo y una aspiración porque podrá seguir pasando del deseo a la realización y de ahí a otro deseo, y cuando ese tránsito es rápido aporta felicidad, desgracia cuando es lento. Por lo menos no se sumirá en un estancamiento espantoso, paralizante, un deseo sordo sin objeto determinado, un abatimiento
El deseo se adormece apático de ser frustrado o, por el contrario, se enerva al ser estimulado si se satisfacen una tras otra sus aspiraciones.
La manifestación reiterada de un deseo o querencia, que pueden tornarse en quejas o reproches, provocan en el otro una reacción airada y defensiva que denotan la firmeza de una voluntad exenta de cambio alguno. Será, tal vez, una ausencia de coincidencias, no identificadas pero sustanciales.