Despunta el daño insistentemente infringido que la mente se ocasiona a sí misma. Una práctica interiorizada rebosante de culpa por un delito sin identificar. Ese océano de posibles motivos desborda cualquier posibilidad de redención, porque cuando se desconoce en qué se ha errado maliciosamente –sino ¿qué justifica la culpa?- se vaga a perpetuidad en el
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“Todo resulta ser cierto. ¡Oh luz, que sea esta la última vez que te contemple! Yo, que he nacido de los que no debía, he tenido relaciones con los que no debía y he dado muerte a quienes no debía” SÓFOCLES, Edipo rey, 1183-1187 El mito de Edipo[1] se construye sobre la ignorancia: la de
La estancia se extendía a lo largo de unos trescientos metros cuadrados en forma rectangular y alargada. Sus habitantes solo ocupaban la mitad del espacio, separando la zona habitada por medio de una puerta ocluida, como si de un intestino se tratara el conjunto, que permitía su desbloqueo a voluntad. Pero, cierto día a raíz
La culpa es para el hombre contemporáneo un estado psicológico provocado por la acción u omisión que genera un sentimiento de responsabilidad por un daño causado. Estamos, por lo tanto, desplazados de esa culpa de naturaleza teológica, por transgredir voluntariamente la Ley de Dios, que impregnó el carácter del hombre pre-moderno. Hoy, lidiamos con la
Peregrinamos por parajes indeseables como expiando culpas ignotas, quizás inexistentes, atribuidas por nuestra condición de humanos. Esos seres que nos concebimos en falta originaria testificada por mitos, alegorías, que pueden no ser más que la conciencia de la imperfección y de la maldad que anida en algún recodo de nuestra alma. Pero siendo obvio que
El egoísmo es fuerte y radical. Pero la acogida, la vigilia y velar por el otro lo son aún más. El « ¿De verdad?» está vinculado a una «revelación» y a una certeza: la de que a pesar de que el mal es muy radical, el bien aún lo es más; la de que el mundo humano se sostiene por la bondad JM.Esquirol: La penúltima bondad. Ensayo sobre la vida humana.Ed.
El arrepentimiento implica culpa. Pero esta, bien puede ser un espejismo desamparados en el desierto de la autoexigencia o, bien la percepción de haber obrado contra los propios principios. En el primer caso, la culpabilidad deviene una sombra que enturbia por siempre nuestro ser; en el segundo, solo la voluntad y el coraje de la
La sensibilidad humana se satura de las tragedias que él mismo provoca. Existen, de hecho, situaciones de explotación, muerte, maltrato, inanición, que siendo estructurales, se convierten en el testimonio doloroso de una maldad inconcebible. Habiendo superado cualquier atisbo de idealismo, sabemos que no cesarán, porque son la condición necesaria para que los que vivimos en
Enfilamos un camino pantanoso, cuyos cenagales son sombras persecutorias de un dolor originario, ese pecado mítico con el que justificamos el mal, que es lo que se torna incomprensible. Acaso, invocamos a la culpa, surgida del deseo prohibido de conocer y liberarnos de la ignorancia, para legitimar la existencia de lo pernicioso como el merecido
La eclosión, siempre abrupta y repentina, de sentimientos encontrados, que, además, no se ajustan a los patrones morales interiorizados, desata perturbaciones y culpa. Lejos de doblegarse a esos efectos inmediatos, el sujeto debería –por su bien- indagar las raíces de esas emociones para su auto-comprensión y, más importante, su trato justo. Porque sentimos sin