El dolor es consustancial a la vida, lo cual no es óbice para que deseemos otra vida. Al contrario, precisamente porque hemos adquirido esa trágica conciencia de la relación necesaria entre vida y dolor, estamos legitimados a querer una existencia bien diferente. Sobre todo, desde el momento en el que no podemos afirmar lo mismo
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En el inicio de una pandemia que no podíamos -los ciudadanos de a pie- imaginar, el existir ya era un acontecer problemático. Todo lo que sobrevino después, hizo temblar las condiciones de posibilidad de la existencia; entonces ya no urgía tanto su sentido como el mantenerla por instinto. Sin embargo, prolongándose la situación en el
El abismo es un concepto-límite que deslinda lo soportable de lo insoportable, es decir aquello que puede ser sostenido por el humano de aquello que lo desborda. Si pretendiésemos decir algo sobre lo que es el abismo, usado en su acepción de realidad inmensa e incomprensible, el lenguaje toparía con la misma insuficiencia que el
El humano es la quiebra de la arrogancia, como entes sometidos a ese mundo que anhelamos dominar, acabamos siendo carencia porque nada nos satisface. Desatendiendo a los propios límites, el fracaso nos atiza con un látigo de realismo para que nos reconozcamos nimios, insignificantes vivientes que bracean por no hundirse en la nada; esa que
¿Y si aquel que personifica la cordialidad y la ternura no está más que impostando con suma excelencia? ¿Y si no hay tal fingimiento e incluso yacen ocultos otros sentimientos? ¿Qué hacer en cualquier caso? Todo evoca al fracaso, al dolor y al sufrimiento; porque si hay impostación hay alguien objeto de engaño y falsedad,
“(…) Empiezas a comprender que a la vida no le incumbe recompensar el mérito. (…) Vas descubriendo que a medida que los testigos de tu vida disminuyen, hay menos corroboración y, por consiguiente, menos certeza de lo que eres o has sido.” Julian Barnes, El sentido de un final, Anagrama compactos 2014.Barcelona Lidiamos, junto a
Somos rastreadores husmeando el olor en el que vivimos. Ora agrio, otrora rancio; mas no desistimos ante la posibilidad de olisquear alguna fragancia que renueve el ambiente de cualquier hedor. Porque nuestra aspiración y afán nos eleva por encima de coyunturas pestilentes, que nos inducen a creer que la respiración oxigenante no es una quimera,
“(…) no hay ningún texto literario, ya sea un poema lírico o una novela policíaca, de ciencia ficción o romántica, que no contenga, manifiestos o encubiertos, unas coordenadas metafísicas, unos axiomas lógicos o unos rastros de epistemología. El hombre narra mundos posiblemente alternativos, a modo de contrapunto a esta realidad limitada, provinciana. Lo filosófico y
La cruda existencia nos vuelve vulnerables: desprendidos de lugar propio, devenimos víctimas golosas de pasiones desatadas, desnudas de convenciones que nos arrostran, someten y deslumbran. Solo, cuando la voracidad del impulso que busca satisfacción como lenitivo benéfico para soportar lo absurdo, que se encarniza en lo más rastreramente cotidiano, se va desvaneciendo, retomamos