Qué desidia y tristeza honda resuena, sin pretenderlo, en el interior de una mente ya cansada. Extenuada de reflotar siempre para no habitar lo abisal, a lo largo de un tiempo que se antoja eterno, aunque el consuelo y el pavor simultáneos son que lo temporal es, para lo humano, siempre principio y fin. Como
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Hoy se conmemora el día de la mujer trabajadora. Y se evocan unos hechos históricos en los que no voy a entrar porque cualquiera puede preguntárselos al Sr. Google. Cabe decir que trabajadoras han sido siempre todas las mujeres, con reconocimiento social o no de la tarea que realizaban; sin embargo, los hechos aludidos hacían
Quien se fortifica deviene un individuo centrifugado en su ego y, probablemente, muy selectivo en el trato social. De entrada, podríamos pensar que esta posición es una repulsión narcisista, que enalteciéndose a sí mismo desprecia lo otro. Pero, quizás erraríamos sin apercibirnos de que el narcisista precisa del reconocimiento ajeno para sustanciarse, motivo por el
En la oscuridad de una buhardilla con el techo entelado de minuciosas telarañas, Idoia me inquiría insidiosamente por el motivo que nos mantenía allí. Ella era simplemente una niña con su cabello negro y su tez aceitunada, que se obstinaba en comprender una situación compleja de explicar sin correr el riesgo de dañarla irreversiblemente. Yo
Un adarve invisible pero recio nos mantiene aislados. El enemigo es, asimismo, imperceptible y por ello oculto, un supuesto virus corona que tan solo se hace patente por sus efectos. La cerca se manifiesta en la insistente y recomendada o impuesta distancia social. Aquellos que nos hallamos en un lugar privilegiado, esa minoría que vocea
En el eco de mis muertes aún hay miedo. ¿Sabes tú del miedo? sé del miedo cuando digo mi nombre. Es el miedo, el miedo con sombrero negro escondiendo ratas en mi sangre, o el miedo con labios muertos bebiendo mis deseos. Sí. En el eco de mis muertes aún hay miedo Alejandra Pizarnik
En un arrabal anexo resguardo discretamente la pena, inhumada como si hubiese fenecido a base de ignorarla. Y nadie piense que se apoderó de mí la vergüenza o el pavor de traslucir debilidad ante los fisgoneos ajenos. No, es mi propio temor por sentirme poseída y embadurnada de brea líquida; esa que ennegrece el alma
Ayer me abordó por la calle una señora llorando que decía estar perdida, aunque constaté que se hallaba atrapada en un baño de angustia que la desorientaba. Era bajita y rechoncha. Su aspecto desaliñado, pelo descuidado, vestimenta que cumplía únicamente su función, sin ningún cuidado estético ni ornamento. Estábamos en un barrio de la zona
A través de las letras de Stefan Zweig –reconociendo por supuesto la excelente labor de sus traductores que me permite pasearme por el paisaje literario único que constituye su obra- las novelas parecen renacer como diarios exhaustivos de la psique de sus protagonistas. Ya tuve esa experiencia grata y perturbadora-paradójicamente- cuando leí su “Novela de
Hay pálpitos que alertan, desde una prudencia temerosa, de lo errado y fallido. Algunos restan subsumidos al pavor y petrificados; otros se empoderan, ante la ventaja que concede el aviso, y hacen de la necesidad virtud, o en otros términos exprimen lo benéfico de lo inevitable.