Los propósitos iniciales deben estar supeditados, a veces, al flujo de emociones desbordantes que no nos dejan opción: exigen su manifestación, y esta forma de explosionar puede darse lingüísticamente. Así que, prescindiendo de lo previsto, necesito recordar algo que ni tan solo he visto, ni observado directamente; solo un breve video de móvil que me
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No hubo indicio, ni señal que le indujeran a pensar cómo iban a desencadenarse los acontecimientos. Se había desperezado, como cada mañana, con un ritmo pausado y saboreado que la balanceaba en la esperanza de quien anhela algo mejor. Ese hábito la saneaba mentalmente, desembarazándola casi de los sinsabores de la jornada anterior. Leyó en
Llueve, llueve… no cesa de llover; se precipitan lágrimas desmesuradas que parecen proceder de un cielo invisible, encapotado de nubes, neblinas opacas que ciegan ese azul celeste que añoramos. Oí decir, tal vez de niña, que los ángeles, esos seres deseados para guardarnos del mal, llantean a menudo al observar cuanto acontece en la tierra:
“Kleist fue el primero que estableció para el teatro moderno su complejo dominio de la seriedad insegura (…) Aspira a una polifonía en la que ironía y responsabilidad, gravedad y deleite, están implícitas por igual. Sus argumentos parecen desplegarse en diferentes niveles de realidad y no estamos seguros sobre cuál es el ‘más real’ en
En ocasiones, nos mostramos obsesivamente monotemáticos y quizás por una serie de confluencias azarosas, sentimos la necesidad de desplegar inquietudes que como consecuencia de lo acontecido emanan, diría casi que compulsivamente. Bien, pues tras el post anterior, querría comentar una anécdota que me ha revolucionado la intuición. Ayer recibí por WhatsApp un mensaje de voz
Enfilamos un camino pantanoso, cuyos cenagales son sombras persecutorias de un dolor originario, ese pecado mítico con el que justificamos el mal, que es lo que se torna incomprensible. Acaso, invocamos a la culpa, surgida del deseo prohibido de conocer y liberarnos de la ignorancia, para legitimar la existencia de lo pernicioso como el merecido
Si el color es una cualidad resultado de nuestra percepción –de ahí las discrepancias que suelen suscitarse- por tanto, mero aparecer del que no podemos predicar con rigurosidad ni su existencia, ¿no deberíamos establecer una distinción, no solo entre lo real o lo aparente, sino también entre lo aparente y lo existente? Es decir, de
A quien se siente sobrepasado por la realidad, no le restan más que subterfugios falaces consistentes en: rebelarse contra ella legitimándose como víctima sin receso, o bien la huida eterna. La primera opción implica deformar lo que acontece, como si el sujeto preso de una paranoia, sintiera todo suceso como una especie de ánima maligna
El Bien como absoluto quedó diluido en lo existente. Lo factible se muestra sometido a la perspectiva del sujeto que enjuicia y, de esa forma, lo bueno deviene un valor relativo. Si, además, no concebimos distancia alguna entre lo dado y lo real, todo absoluto se desintegra al ser únicamente algo que se percibe del
La intensidad de la ausencia socava el ánimo de quien creyó que la falta disiparía el dolor y el recuerdo. Y es que somos seres dialécticos incapaces de percibir un ente sin su contrario. Por ello, sentimos añoranza del frío en pleno calor de estío, o la carencia nos induce a sentir la presencia punzante