Somos la alborada fracasada de nuestro querer. Vagamos tironeados entre lo que deseamos, nuestra pasión rabiosamente inmediata, y esa voluntad frágil que aspira a ser. ¿Por qué someternos a ese querer, a veces, tiránico con nuestra inercia al propio desahucio? No hay imperativo que nos obligue a tan alta aspiración más que nosotros mismos, a
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Mientras cedemos, sin conciencia alguna, a las ráfagas virulentas que ornamentan engañosamente este incierto transitar, nos deterioramos y denigramos como entes que solo son, siendo; y precisamente es este gerundio el que nos da entidad y nos la rebana. Ya que el acto de ser nos sitúa inermes en el campo de batalla; y su
Desposeídos de identidad -o tal vez jamás tuvimos sustancia alguna más que los ecos de espejismos anhelados- danzamos desnortados en un festejo dionisiaco que antes que búsqueda, deviene fuga. Somos aquellos que, sin poder decir nada sobre sí mismos, inventamos un lenguaje simbólico para crearnos y crear todo lo que necesitamos y de lo que
“Solo aquel que desde su ‘siendo’ puede dejarse interpelar por su ‘ser’, alcanza esa dialéctica de la sabiduría, dolorosa tal vez, pero única vía hacia la claridad mental” Ana de Lacalle. Relatos y Aforismos. Célebre Editorial. Badalona, febrero de 2019. Nº120, pg.89 Los humanos existimos, para los otros y para nosotros mismos, desde la manifestación
Disgregándose en la amorfa indiferencia, retallece vigorizado como nada, casi nadeando –como sugiriera Heidegger-, que como absurdo para el sentido común significa: restar finalmente disuelto en no-ser para los otros, o en otros términos , alguien sin ser por su invisibilidad. Solo el rescate de la huella de su incondicionalidad, la del que es abandonado
Lo que prevalece es quien sentimos ser, no quien somos: ahí radica el antagonismo de nuestra condición, la redención y la condena.
El supuesto de un ser, un en sí mismo y auténtico que difiere de su manifestación o su aspecto que tiene su origen en Grecia, ha ido reformulándose a los largo de la historia del pensamiento en términos fenomenológicos, en principio más congruente con la convicción de es el sujeto quien elabora su objeto de
Hay personas que por su percepción distante y desajustada de lo que, de facto, se da, de lo que sucede, devienen mentes con una autopercepción casi ficticia de sí mismas. Desde la mirada ajena puede captarse a alguien que representa un personaje, un individuo que se transfigura a sí mismo enfatizando aquellos aspectos más irreales.
No es un ejercicio liviano el reconocimiento de las propias insuficiencias, carencias y limitaciones. Es como identificar lo sucio que velamos a los otros en nuestro aparecer casi impoluto, y vernos disociados entre lo que mostramos y esa mezcla que nos enmugrece y nos enturbia. Quien se siente capaz de desenmascararse ha conseguido, en primer
Perecer puede resultar un remedio, pero nunca en el intento de vivir, pues ya no es “vida”, sino como alternativa a una existencia que no podemos elevar más allá de la mediocridad de ser, biológicamente, y estar dotados de conciencia.