Filosofía y Mundo.

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Si los filósofos quieren estar, en la medida de lo posible, a la altura de las circunstancias no pueden hundirse en la ciénaga de lo contingente sin ser capaces de emerger y sacudirse el barro que los embadurna. Por el contrario, partiendo del conocimiento de lo concreto y determinado, deben establecer una distancia que siempre retorna a los hechos para proporcionar una comprensión más nítida de estos.  La habilidad de sustraerse de lo circunstancial e identificar las condiciones necesarias para que algo se realice y además mostrar que esa necesidad es, paradójicamente, contingente porque son factores que podían no haber aparecido facilita una cierta comprensión del acontecer y en consecuencia otorga la posibilidad de ejercer un cierto dominio sobre lo que sobrevendrá.

El dominio al que me refiero consiste en, sabiendo qué elementos han producido necesariamente determinados hechos, actuar sobre las condiciones de lo externo e interno para que el resultado, lo que acontezca, sea algo diferente; al menos suficientemente distinto para que no repercuta tan negativamente en la vida social. Esta es una manera de hacer Filosofía encarnada en lo real-existente que puede contribuir a prever y evitar algunos males.

Para que esto sea efectivo, aquellos de los que depende modificar determinadas características del entorno deben tenerlo como una prioridad, ya que la Filosofía solo puede discernir qué podría evitar repeticiones indeseables, pero no es su cometido pulir las condiciones para que los sucesos sean distintos, y en el sentido en el que hablamos, menos perjudiciales para la comunidad global.

Como sostenía Zubiri: “El hombre, en virtud de su inteligencia sentiente[1], tiene que optar por el modo de estar en la realidad. El poder en cuestión es, pues, un poder de estar en la realidad de una forma más bien que de otra”[2], es decir, dotes -potencias y facultades- como principio de posibilitación, y en el sentido en el que aquí discurrimos, de aquello que aportará mejores formas de vida.

En síntesis, siendo lo humano tan real que se da una refluencia entre cada individuo y lo otro, y constituyen, así, momentos de lo real que están intrínsecamente afectándose y modulándose, somos relativamente responsables del modo en el que hemos elegido estar en el mundo y, en consecuencia, de los aconteceres que resultan de esta fluencia de lo real. No deberíamos percibirnos como pasividades que padecen lo que sucede y nada tienen que ver en ello, sino como actuantes que disponemos de las capacidades de modular los acontecimientos, ya que solo asumiendo este poder -relativo- contribuimos, en mayor medida, a la emancipación o a la esclavitud de lo humano de estructuras producidas, paradójicamente, por nuestras capacidades.


[1] Aquella que primaria y radicalmente aprehende de lo real sintiendo su realidad.

[2] Zubiri, X. Tres dimensiones del ser humano: individual, social, histórica”. Ed. Ariel. Fundación Xavier Zubiri. 2006.

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