«Esas pequeñas cosas» o la asunción del nihilismo.

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Ayer, leí un artículo[1] de Pol Ruiz de Gauna de Lacalle -lo diré ya, mi hijo- que me situó en una cuestión central, que él aborda mediante la interpretación de una película de Wim Wenders. Intentaré ser lo más clara posible en mi exposición, y en lo que por tanto me suscitó la lectura, sin pretender ser fiel a lo que el discente y plumífero filósofo sostiene -así se define él.

La cuestión es qué queremos decir exactamente cuando resaltamos el valor de las pequeñas cosas en la vida. Y, esto lo hacemos, con el propósito de atribuir un valor no a esas cosas, sino a la vida misma. Sin embargo, y algo similar creo que destaca Pol, enaltecer lo aparentemente nimio no es más que la evidencia de que hemos colisionado con la profunda absurdidad de la nada. Indagando para bucear en la pregunta de las preguntas nos hemos quedado con la respuesta nihílica, esa que nos deja inmersos en el sinsentido, en la nada y, por ende, en la carencia de valores o refrentes absolutos e incontestables. Algo así como si estando sedientos, nos apercibimos de que el agua no es más que un calmante que no elimina la sed, sino que necesitamos dinámicamente ir satisfaciéndola. Bien, pues habiendo constatado la nada, o la ausencia de un sentido y unos valores absolutos, nos vemos impelidos a rebuscar cotidianamente razones para seguir viviendo, para responder a la pregunta de Albert Camus “Por qué no me suicido”. Y es aquí, precisamente, al aceptar el fondo nihílico de todo, cuando podemos buscar motivos que nos induzcan a querer sostener la vida. Y este querer, o este deseo de no sucumbir, esta voluntad de afirmar que pese a la nada, queremos la vida, lo manifestamos con el goce de lo que aparentemente no tiene valor -nada lo tiene en sí mismo-, transmutando, si se quiere decir así, lo que para los que aceptan el nihilismo con alegría – como Hirayama, el limpiador de váteres de ‘Perfect Days’- lo hacen gozando, sintiendo el  placer de lo que en el contexto de una sociedad neocapitalista no serían más que minucias, bagatelas, a saber esas supuestas pequeñas cosas que redescubrimos como significativas para cada uno, esa alegría que emerge de lo que para un individuo tiene importancia y valor.

De esta forma, el canto al valor de las pequeñas cosas solo tiene relevancia si responde a la constatación del nihilismo de nuestros tiempos y de cómo cada uno necesita otorgar valor a menudencias aparentes, para poder simultáneamente afirmar el nihilismo y, en su crudeza, afirmar la vida.


[1] https://rhmanagement.cl/solo-una-vez-en-este-instante-just-a-perfect-day-y-la-alegria-de-hirayama/

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  1. Creo que esas minucias no conducen a un nihilismo absurdo y destructivo. Lo pequeño se convierte en una nueva mirada que carece de un sentido pragmático de los tiempos actuales. Bobin en su autoretrato de un radiador precisamente lanza este reto de lo cotidiano como eso que ejerce de alegria de las cosas vividas. El nihilista tiene fe y no se suicida precisamente por su necesidad de creer en nada antes que no creer como pensará Nietzsche.

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    1. Gracias Xavier por comentar. Aunque creo recordar que Nietzsche decía que la voluntad es ciega, y antes de no desear, dezea la Nada…. Aunque eso sea de facto imposible y deseamos las pequeñas cosas que están a nuestro alcance.

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