La vida es como una gran mansión distribuida en múltiples salas, a las que hay que añadir recodos insospechados, y a las que no podemos atender simultáneamente. Vamos transitando de una a otra estancia con el pesar de que el grado de decepción y decaimiento aumentan por el camino y el tiempo.
Esta percepción, que algunos denominarían pesimista, resulta de la reiteración de aspectos negativos que como sobretodos opacos recubren el contenido de las salas. De poco sirve regresar una y otra vez a estancias ya visitadas con la voluntad de traspasar las capas de tela urdidas para desanimarnos, porque tras ese tamiz reconocemos historias nuevas y de antaño.
Los recodos nos aparecen como vías de respiración salvíficas. Algunos son escapes que pueden sanarnos. Otros nos devuelven traicioneros al laberinto principal.
Sea como sea, podemos trascender la mansión y mirarla desde fuera, como ahora, para establecer la estrategia que nos ayude a superar el cansancio existencial de la reiteración. Tal vez la repetición monótona ahoga la esperanza del instante y con ella toda posibilidad de continuidad.
