Ocurre, a veces, que las emociones nos impelen a expulsar a borbotones palabras que expresen sentimientos, intensos y desbordantes. Sin embargo, paradójicamente, no disponemos de esas palabras y necesitamos crear surcos lingüísticos que nos aproximen a esa experiencia que no parece dejarse decir. Alguien se opondría argumentando que sin lenguaje no hay propiamente experiencia, al
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El despecho es la reacción de quien se siente herido y humillado por el ninguneo ajeno. De este resentimiento visceral surge la imperiosa necesidad de aparentar indiferencia, a fin de evitar que el otro presione con su pie victorioso nuestra testa. Constituye un mecanismo de defensa para no sentirnos un deshecho ante la mirada ajena,
La experiencia no es un encadenamiento de sucesos objetivos que vamos acumulando, sino la interiorización y el sentido que cada individuo da al fluir de su existencia. Así este sentido o esta vivencia -por lo tanto, interpretación de significados- no puede contrastarse con el propósito de dirimir qué sucedió de forma objetiva. Es cierto que
No hay experiencia que no pula o, incluso, socave nuestra mente. Su plasticidad nos permite moldearnos, sin excesiva virulencia, a fin de adaptarnos al entorno inmediato y mediato en el que hemos caído. Ahora bien, así como lo recibido y dado por los otros con afecto y amor nos eleva como individuos hasta el máximo
Mi mente se va convirtiendo progresivamente en un cementerio de ideas, conocimientos y montones de libros leídos. Mueren con el paso del tiempo y restan como parásitos de los que no puedo extraer provecho alguno. Como estuvieron en mi mente, creo que siguen allí pero ya inánimes. Es una necrópolis, una ciudad de muertos, que
Recupero, a raíz de las reflexiones que tuvieron lugar ayer en la MARATÓN FILOSÓFICA en relación a la cuestión del Perdón, un breve fragmento escrito en el año 2016. La relectura y revisión de este párrafo ratifica años después, que toda experiencia de la que no podemos distanciarnos para repensar su sentido y resignificarla para
El azar es una marejada de sucesos que surcan nuestra existencia dejándola aparentemente descompuesta. Decía J. Monod, admitiendo que su conclusión fuese tal vez una utopía, que el hombre sabe al fin que está solo en la inmensidad indiferente del Universo de donde ha emergido el azar. Igual que su destino, su deber no está
Se dice de la superstición que es una creencia ajena a la fe religiosa y extraña –RAE- pero, mareando la cuestión, se me antoja que esa cualidad de rareza proviene de la falta de explicación racional que la sustente. Y, prosiguiendo, me sorprendo rebuscando qué tipo de fundamento derivado de la razón tienen las religiones.
La agresividad es una condición innata con vistas a la supervivencia –cuestión que por obvia no analizaré- Pero, también es cierto que, su intensidad se ve aumentada o disminuida por lo que denominamos la experiencia; a saber el conjunto de sucesos revestidos emocionalmente que conservamos como recorrido vital en nuestra memoria. Naturalmente, la cultura ejerce
Avezados en los entresijos de la existencia, no permanecemos por ello exentos de conmovernos ante la amplitud de lo posible que deviene acontecer. Y en ese perpetuo e imprevisible estar, podría acometernos una situación insólita, semejante a la que producimos oníricamente y que se no antoja inverosímil. Como, y a modo de ilustración, descubrirnos en