La diversidad en educación: los profes no somos idiotas

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Resulta del todo anacrónico que se pretenda afrontar el problema de la educación con grupos cuyos individuos sostienen visiones totalmente homogéneas  -como si de una disciplina de partido casi estalinista se tratara- y se expulse de ellos la heterogeneidad, la diversidad y la riqueza que ello implica. Digamos que en este desfasado error están cayendo, tanto algunos de los que pregonan la “Nueva Educación” al menospreciar con aires de superioridad cualquier otra perspectiva y presentarse como los “buenos” en esta confrontación maniquea, como los “malos” que por reacción caen en extremos radicalizándose y no admitiendo tampoco ningún tipo de diversidad .

Las disciplinas de grupos dogmáticos que dictan el discurso a mantener son un insulto contra la dignidad y la inteligencia, vengan de donde vengan. Y entran en contradicción con aquello que seguramente se desea enseñar o educar.

Me pregunto qué lugar queda para los auténticos divergentes, aquellos que no conciben que se dé un aprendizaje significativo en aulas de sesenta alumnos donde, organizados en grupos, se trabaje por proyectos orientados por dos profesores de distintas materias, sin horarios, sin exámenes y saliendo al patio cuando el cuerpo lo pida; pero que tampoco entienden la educación como una tarea aséptica donde yo enseño mi materia y que me dejen en paz, sino que apuestan por un profesor que es un educador con vocación –eso es para mí imprescindible- no el sustituto de las funciones parentales, y que intenta ofrecer a sus alumnos conocimientos –que son fundamentales- para que mediante ellos y la dinámica que se desarrolla en el aprendizaje crezcan, maduren y adquieran una serie de valores que les conviertan  en mejores humanos. Un divergente que sigue valorando el esfuerzo personal y el tabajo individual como condiciones sin las cuales no hay adquisición de conocimiento. Así, la escuela debe preparar a los alumnos también para esos momentos de soledad, de responsabilidad y de asumir su propia vida, sin el apoyo del grupo que puede servir, ciertamente para refugiarse y dimitir. Y esto último solo puede hacerse siendo educador.

Si queremos avanzar algo, y contribuir a la mejora de la educación no creo que el camino andado por unos y otros sea acertado porque abrir heridas en una comunidad ya muy cuestionada, establecer profesionales de primera y de segunda, en lugar de intentar aunar fuerzas y establecer criterios que contemplen la diversidad de formes de entender la educación y de ejercerla es concluir en un monopolio educativo e imponer una única forma que no representa ni la diversidad social, ni la diversidad de una sociedad democrática, como la educación universal que deseamos mantener con calidad, obviamente con una mayor voluntad de los poderes públicos.

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