Pornografía de la imagen

No hay comentarios

¿Quién dispone de la virtud de saber mostrarse? Las generaciones  que se han educado socialmente sin pudor sobre su intimidad,  no han trazado líneas entre lo público-privado,  lo social-lo íntimo, y esta confusión  se extiende a veces entre lo que debe ser celebrado y aquello por lo que debe guardarse luto.  Porque si todo lo mezclamos en un mismo espacio-tiempo para disolverlo, tolerarlo y hacerlo más leve al final nuestra mente se torna psicótica.

Los que pertenecemos a generaciones de corte no tan postmoderno, podemos compartir la intimidad con un sentido determinado, sin caer en la cuenta que el receptor puede darle otro muy distinto. Ese mostrarse en esqueleto casi radiografiado puede significar: te cedo la confianza de que me conozcas a fondo para que puedas revalorar lo que ya sabías de mí, sin idealización, pero con la esperanza que sepas guardar mi intimidad mejor que si fuera tuya, y que no sirva para enjuiciar sino para comprender. No obstante, no es este el lenguaje habitual con el que se manejan las comunicaciones, ni la profundidad o trascendencia que se les otorga, como si nos  menospreciáramos al mostrarnos desnudos sin ningún pudor. Parece que nuestro yo carece de valor y necesitamos ser mirados para revalorizarlo, aunque sea fugaz y frívolamente. Así nos situamos en la ambigüedad de una sociedad en la que hay que mostrarse, aparecer según unos patrones para ser vistos, pero en la que en realidad nuestro yo pasa desapercibido.

¿Es mostrarse una virtud, o hacemos de la necesidad virtud? Tal vez sea uno de estos casos en que alteramos el orden de los términos para darle valor a lo que de hecho no tenemos más remedio que hacer por necesidad. El virtuoso sería quizás el que se muestra sin necesidad, y por ello siempre discierne adecuadamente el momento, prescindiendo de exigencias sociales, y protegiendo su yo de la exposición pornográfica.

Deja un comentario