La locura no es más –ni menos- que una escisión permanente en el alma ingenua e inocente de quien aún no sabía en qué consistía vivir. Rasgada a jirones, sangrante, restan dos voces opuestas que se desdicen y alertan al individuo de lo que deviene. Así, la disociación es irreconciliable y vana la tensión del cavilar interno por entender desnudando a la razón de toda emoción. Una mente extenuada por mantenerse lúcida, cuando la inercia -ya natural- la impele a descuartizarse para evitar la tentación de la reparación.
Locos son los cuerdos incapaces de metabolizar un mundo desencajado.
