La infancia se ha resquebrajado en un mundo tan laxo que ha ido difuminando los límites que identificaban y diferenciaban unas realidades de otras. Nada es propiamente algo en sentido fuerte, pero a su vez es relativamente otro.
Los que antaño fueron infantes, seres ingenuos que iban paulatinamente descubriendo el mundo, y con ello abandonando su estado pueril, son ahora prematuros pre-adolescentes que se ven inmersos en una adolescencia de forma abrupta, sin haber despertado plenamente de la ingenuidad por un proceso interior propio. Ya están en el mundo de pleno: con el mismo acceso a la información que cualquier adulto, sometido al mismo influjo manipulador consumista, a los mismos modelos y patrones a seguir, pero, eso sí: sin capacidad de dirimir, juzgar, diferenciar, analizar de forma crítica toda la avalancha que datos, información-y no conocimiento- que torpedea su cerebro- Por eso, hay derechos que protegen al menor, porque no es responsable penalmente, ni moralmente de determinadas acciones teniendo en cuenta la presión social a la que un menor sin capacidad ni criterio se ve sometido.
Esto me lleva a preguntarme, ¿no deberíamos velar también por una dosificación del tipo y la cantidad de información que llega a los menores? Tal vez, si uno no es capaz de asumir la responsabilidad de sus acciones –cuestión que avalo totalmente- debemos en consecuencia pensar que tampoco puede digerir adecuadamente, por sí solo, cualquier tipo de información y que su exposición indiscriminada a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación puedan ser un peligro si no sabemos adecuar su uso al proceso de maduración de los chavales. De la misma manera que los video-juegos y su adicción siguen siendo creo una forma determinada de modular la visión del mundo con consecuencias en la manera de afrontar la vida para los adolescentes.
Obviamente estas cuestiones no interesa plantearlas en serio, porque afecta a las grandes multinacionales y no vamos a fastidiar ahora el negocio con hipótesis filosóficas que duran cuatro días, cuando se produce una desgracia. Mejor que siga rodando el mundo movido por el rendimiento económico que así nos va muy bien.
La infancia es el jardín olvidado que a nuestra sociedad de consumo no le interesa recuperar. Pero, por cada niño que habla con la muerte y se desentiende de las primaveras, algunos morimos de dolor unos años más, porque no hay terror mayor que tener esta vida sin infancia; así acabaron precipitándose los desposeídos al vacío
