Todo se muestra raro, irreconocible. Nada parece ocupar su lugar, ese que le pertenece y sin el cual no sería lo que es. El lugar no es un locus físico, sino el enlace en la red de relaciones sociales que, aun siendo mutable y cambiante, constituye un aspecto de lo que cada cosa es. Nos vamos construyendo en un lugar -un panel de relaciones-, unos acontecimientos y una voluntad, cuyo margen es a veces decisivo.
Esa voluntad, es la voluntad de sentido que, a pesar de moverse en la vacuidad, rebusca aquel significativo para el individuo. Cada sentido es único y propio de cada voluntad, la cual ha ejercido su ímpetu en la odisea de significar la existencia.
La razón, nuestro lastre de racionalizar todo, actúa de auxiliar de esa voluntad deseante que acaba contorneando ese sentido ansiado. Ante la voluntad de vivir de Schopenhauer, y voluntad de poder de Nietzsche, siendo ambas ciegas en su desear, desean porque esa es su naturaleza, la del primero vivir, la del segundo poder y autoafirmarse, estamos sugiriendo una voluntad cuya ceguera se supera desde el momento en el que el desear se descubre como necesidad de sentido. Y no habiendo un sentido de la existencia, el deseo se transforma en capacidad de crearlo, para cada uno el suyo.
Lo relevante, pues, no es cuál sea el sentido, sino que el individuo sea capaz de dotarse de uno. Ahora bien, si la voluntad es un desear ¿sería posible, considerando que ese deseo es insatisfacción, por definición, que nuestro objeto de deseo fuese la nada? Hemos visto que Schopenhauer entendía la voluntad como deseo de vivir -aunque esta concepción implicará clarificar en qué condiciones-, y que Nietzsche menciona una voluntad de poder, de autoafirmación de un ente respecto de los otros, ya que la voluntad se tiene por objeto a ella misma, o lo que es lo mismo nada. Solo desde algunos pasajes de la perspectiva nietzscheana es posible desear la nada, ya que ese deseo vacuo, que no es otro que la auténtica fortaleza de la voluntad no sería apto para todos los públicos, solo para algunos humanos, poco humanos o que han superado su humanidad.
Queda de esta manera planteada la cuestión de la voluntad, como la facultad que en nuestros tiempos puede dar cuenta de por qué los humanos somos en continuo cambio y por qué actuamos como lo hacemos. Lo dicho adquiere toda su relevancia en la medida en la que voluntad y deseo no son más que la potencia y la posibilidad de actualizarse. El mundo es pues una intersección de deseos que pujan por imponer su supuesta consecución, aunque sea inconscientemente, como la válida. Sin embargo, cabría preguntarse si una voluntad que desea y actualiza su deseo se disuelve y deja de ejercer esa fuerza. Si así fuera, desaparecida la voluntad, disuelto el sentido. Por ello, la voluntad de sentido debe actuar con toda su potencia para mantener vívido el deseo de sentido, y el sentido mismo, como un hito que parece que hayamos alcanzado, sin que ciertamente sea así. El sentido sería una quimera que rozamos levemente y que nos mantiene en tensión para seguir deseando y viviendo. Es importante recordar que en ningún momento hemos definido la materialidad del sentido, tan solo su necesidad como forma a la que tiende el deseo. Así, el supuesto sentido está abierto. Lo que sostenemos aquí, es que sea cual sea su materialidad, es una aspiración universal.
