La comprensión lectora hace años que está precipitándose por un acantilado sin escarpas. Los que se dedican a la educación -quien subscribe el texto se dedicó con gusto muchos años- lo constatan cotidianamente, cada vez con más consternación, mientras las directrices impuestas por los nuevos modelos educativos, con sus grandes teorías y estrategias, contribuyen a esa precipitación.
Dijo Diógenes de Sinope – o el Cínico- que el movimiento se demuestra andando, o, en nuestro caso, a leer se aprende leyendo, entendiendo leer no como la reproducción de los fonemas que forman las palabras, sino la comprensión del contenido de las frases que recorremos con nuestro entendimiento. Dicho de otro modo, a la lectura le es inherente la comprensión porque si no, propiamente no se lee. Y esta carencia nos conduce a otra que la incluye, a saber, la competencia lingüística[1].
Ahora que tanto se vocifera la importancia de educar por competencias, respecto de lo cual sería deseable explicitar qué se entiende por competencia y cuáles se consideran nucleares, alguien se alerta porque nuestros niños no entienden lo que leen -nunca es tarde si la dicha es buena-. La competencia lingüística exige condiciones de las que el sistema huye para motivar y que los alumnos no se aburran. Esto último es fantástico para la ficción romántica del Club de los poetas muertos, por ejemplo, sin embargo, tal vez iniciarse en la lectura, a veces, implique soportar el aburrimiento -capacidad mermadísima en nuestros días-.
Este tedio se produce porque leer implica una actividad en soledad, enfrentarse uno solo a una tarea en la que solo el propio esfuerzo y concentración dará sus frutos, y lo que antes era una pesadez irá convirtiéndose en una actividad apasionante. Ahora bien, la pasión no aparece si leer no presupone comprender, asombrarse, sentir lo que se está leyendo y abrir nuevas vías hacia el interior y el exterior.
De aquí que, a parte de datos extraídos de unas pruebas que no conozco y que quizás deben ser revisadas, las estrategias de aprendizaje no pueden consistir, la mayor parte de tiempo, en trabajar en equipo y poder camuflar la falta de aprendizaje individual en la difusa implicación de cada uno en los trabajos o proyectos realizados. El planteamiento didáctico nunca puede posibilitar que haya alumnos que se camuflen y superen unas competencias, oficialmente, que no poseen.
No obstante, no todo depende de la escuela. Hay otros espacios en los que la competencia lingüística puede desarrollarse o atrofiarse. El mundo de la imagen y lo virtual que rodea a los niños no ayuda a que hagan el esfuerzo porque valoren importante cultivar su capacidad de leer y de que esta actividad se convierta en placentera. Para llevarla a cabo se requiere tiempo, lentitud, calma y la voluntad y el deseo de aprender a leer.
También es cierto, y no podemos ignorarlo, que la industria de las tecnologías de la información y la comunicación irrumpió hace años en la educación como la panacea del aprendizaje. Supieron venderlo bien, y a alguien le convino hacerles el juego. Hoy existe más conciencia de que son una herramienta, no un fin como de hecho ocurrió durante unos años en los que hacer una clase sin un power point, incorporando fragmentos de vídeos, esquemas era ser un profesor pésimo. Escuelas que querían ser punteras en sus métodos de enseñanza y aprendizaje presionaban al profesorado para que las clases fuesen así. Las denominadas clases magistrales pasaron, aún hoy en día, a poco menos que a demostrar una incompetencia pedagógica anclada en el pasado más rancio[2].
En síntesis, la comprensión lectora, y la competencia que se desarrolla en este acto, implica un proceso de interiorización que solo tiene lugar en soledad, en última instancia, que puede irse adquiriendo en el seno de una clase con las explicaciones minuciosas del maestro, o que en algunos casos requiere un apoyo más personalizado por parte de la familia -es obvio que si esta se implica de forma lúdica, y la familia tienes más posibilidades de hacerlo así, siempre repercute en beneficio de que el niño/a asuma la lectura como algo necesario y no desagradable- .
[1] Hace muchos años que los profesores de filosofía nos encontrábamos que el escollo fundamental para adentrarse en esta materia era la dificultad en la comprensión lectora; no entendían lo que leían. Estamos hablando de cursos de bachillerato.
[2] En el 2017 publiqué en este blog https://filosofiadelreconocimiento.com/2017/03/16/las-clases-magistrales-o-el-caos-del-autoaprendizaje/ Recomiendo su lectura, aunque hayan pasado seis años, porque el núcleo del problema ya estaba formulado, aunque la tendencia a “renovar” sin criterio haya ido prosperando.

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He vivido lo mismo como profesor de filosofía en el colegio secundario, en Argentina. ¡Saludos!
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Saludos y gracias!
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