Aquellos tiempos en los que el saberse manejar con abstracciones referentes a lo que tal vez excede las posibilidades de nuestra razón, pero cuyo manejo constituía un ejercicio necesario para, posteriormente, comprender la miseria del mundo, han caducado. Fueron tachados de elitistas, inútiles y prácticas de onanistas intelectuales.
Sin embargo, me inquieta algo que tal vez se nos escapa. Supongo que nadie pretendería acudir a un Congreso de Física y, sin estar iniciado en esa disciplina, entender algún contenido sobre el que allí se piensa, ni tan siquiera la terminología utilizada. Simplemente todos lo reconocerían como una verdad de Perogrullo: ¿Cómo quieres entender las ponencias y las investigaciones que se están llevando a cabo en la ciencia física si no sabes nada de esa disciplina? Aquí, opera el implícito de las ciencias son un saber cuyo desarrollo y avance está limitado al círculo de los científicos -seres elevados-, aunque posteriormente sus teorías acaben teniendo repercusiones prácticas en la vida cotidiana.
La semblanza no es gratuita. Existe un quehacer filosófico que no es accesible a quienes no estén introducidos en este saber. Y, de la misma manera que sucede con las ciencias, lo que desde la ignorancia podemos considerar elucubraciones estériles, acaban en diversas ocasiones constituyendo herramientas que nos permiten comprender los mecanismos internos que operan en el devenir real. Y esto último, la simplificación de estos conceptos que pueden ser puestos al servicio de los neófitos como perspectivas que desvelan un por qué y apuntan derivaciones que pueden ser deseables o nocivas para la sociedad, es lo que debe ser compartido, comunicado y repensado con cualquier individuo cuya inquietud sea filosófica, aunque no sepa propiamente filosofía.
Este doble rasero con el que se valora socialmente -incluso por los propios filósofos, a veces- la opacidad del saber filosófico y el saber científico, sospecho que responde a la ya decimonónica distinción entre lo que auténticamente es ciencia, y lo Otro más parecido a relatos nada consistentes, opinables y al alcance de cualquiera. ¡Ah! Y por supuesto sin legitimidad para que el lenguaje utilizado sea propio, ya que se enjuicia como una pedantería innecesaria.
Pues bien, la Filosofía necesita de espacios propios y especializados en los que se pongan sobre el tapete cuestiones sustanciales que faciliten posteriormente elaborar discursos más accesibles. Condenar estos espacios por academicistas, elitistas y estériles es licuar la filosofía hasta su extinción.
No creo que nadie ponga en tela de juicio diálogos que tuvieron lugar, discrepantes inclusive, o no-diálogos, entre Hegel y Schopenhauer[1], Karl Popper y Ludwig Wittgenstein, o el nuclear enfrentamientos entre Jacques Maritain y Van Steenberghen con relación a lo que constituye o no filosofía -con el posible o no apelativo de cristiana-, por citar algunos más conocidos que otros, y las aportaciones y horizontes que éstos abrieron en el pensamiento occidental. Sin embargo, habérselas con las grandes obras de estos filósofos no es tarea menor y se necesita una formación, una propedéutica que sitúe al lector en condiciones de entender algo.
Ahora bien, en la medida en la que la Filosofía transforma la mirada sobre la realidad y el mundo, ésta debe ser puesta al alcance de cualquiera que sienta la inquietud de repensar sin límite. Esto es además imprescindible para llevar a cabo la propia finalidad del maestro Karl Marx, quien aseveró: “Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos, de lo que se trata es de trasformarlo”.[2]
En consecuencia, el pensamiento de los diversos filósofos son herramientas para repensar continuamente la realidad, el mundo que pisamos. Sin embargo, la necesidad de interpretación, en su proceso de gestación, es tarea de los filósofos que imbuidos del lenguaje y los conocimientos necesarios pueden re-crear paradigmas que sean ilustrativos de lo que subyace al dinamismo de nuestras sociedades, que no es ningún demonio anónimo haciéndonos la puñeta, sino funcionamientos definibles que son contingentes, por lo tanto, modificables, pero cuya potencia no es azarosa sino impulsada desde determinados poderes.
No obstante, creo necesario establecer una diferencia entre lo que sería divulgar la filosofía y convertirla en algo líquido. Mientras que la divulgación -aún a riesgo de perder matices, o cometer algunas imprecisiones- pretende cooperar con el resto de individuos en la tarea de interpretar y en consecuencia transformar el mundo, lo que haría la filosofía líquida sería recluirse en una autocomplacencia del descubrimiento del yo que tan solo estimula el individualismo neoliberal, y además en su intento de salir hacia afuera lo hace con tal tiento y tan poca radicalidad que pierde lo propio de la filosofía misma: destripar para reconstruir. La tibieza es liquidez en un contexto en el que lo líquido -con envase o no- es objeto de consumo de masas, ya que a nadie le gusta que le toquen las narices.
Inclusive diría, que por mucho que toquemos las narices ajenas, es usual que nos se muevan en exceso nuestras posaderas de la silla, la de los filósofos que son/somos gaseosos, y no líquidos, porque llevan a la confusión cuando su incoherencia entre el decir y el actuar no transforma nada en absoluto.
Quien tenga oídos para oír, que oiga. Aunque los filósofos honestos que oirán esto, se darán por aludidos y los que parecen tener los oídos llenos de cerumen seguirán con sus vidas.
[1] https://dialektika.org/2021/03/27/schopenhauer-vs-hegel-choque-historico/
[2] Marx, K. “Tesis sobre Feuerbach.” https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/45-feuer.htm

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