Hace días me quedé impactada por una imagen que ayer vi reproducida en fotografía. Un chaval de dieciocho años, superviviente siriano del pesquero egipcio que naufragó cerca de las aguas territoriales de Grecia, llorando con desgarro ante unas rejas que lo separaban de su hermano mayor que viajó desde Países Bajos para ir a buscarlo, y en definitiva una muralla de hierro que evidencia la vergüenza de situaciones absurdas, pero lacerantes, que estamos provocando sin pudor, al menos desde Europa.[1]
¿No es posible dejar que Fadi -el hermano mayor- acoja a su hermano menor en su casa europea, cuando éste ya tiene una situación estabilizada? ¿Qué maliciosa burocracia puede impedir a Fadi intentar liberar a su hermano del centro de refugiados de Kalamata? Con el agravante del infierno que vivieron todos los que navegaban en el pesquero, y el dolor, desprotección y miedo que debe sentir Mohammad tras la experiencia traumática vivida. Además, se sabe que fueron trasladados gracias al pago de pasajes de lujo y que la tripulación, cuando la sobrecarga de peso comprometió la estabilidad del pesquero, lo abandonó en un bote salvavidas.
Este es el suceso que evidencia la deshumanización con la que se está abordando la cuestión de la inmigración masiva hacia Europa. Si se admitiera que ese fenómeno migratorio es la consecuencia de la dominación y el expolio que a lo largo de siglos el viejo continente ha llevado a cabo en países de África, América del sur….Los países que finalmente han pasado a ser excolonias, aunque satélites sumisos, de Europa lo han hecho en demasiadas ocasiones tomando el poder oligarquías o tiranos, a veces bajo la ficción democrática, que han hundido a sus pueblos en la miseria a cambio de enriquecerse ellos del comercio con su ex metrópolis.
Ahondando algo más, podríamos recordar que los territorios legales son mera arbitrariedad histórica y que se basan en lo que Rousseau ya observó cuando aseveró que la propiedad privada -y eso es transferible a los estados y sus límites- surge porque alguien levanta una valla, cerca un espacio y afirma que esa tierra es suya. ¿El planeta no sería de todos los que lo habitamos, incluidos otros seres vivos de la naturaleza? Es obvio que esa materia gris de lo humanos ha servido para bien y para mal, y que quizás uno de los más grandes fallos fue el origen de los Estados-nación que han provocado exclusiones, muros infranqueables y guerras muy cruentas.
Cierto es que el análisis de lo que ha llevado a la imagen de la vergüenza no les sirve de inmediato para nada ni a Mohammad ni a Fadi. Sin embargo, lejos de tratarlo como un caso singular, puede convertirse en la fotografía replicada día a día en muchos naufragios y muertes que se producen desde hace años en el Mediterráneo y ante los que parece que nos hemos acostumbrado a asumir como un mal menor. ¿Para quién? Obviamente para los que de forma implícita consideramos, los europeos, que nuestras vidas son más valiosas -eso subyace en cada acción y decisión que se realiza por parte de las autoridades gubernamentales-. Si el punto de partida de esta urgencia humanitaria asume, implícitamente, que no todas las vidas valen igual -y eso no es que nadie haya tenido la desvergüenza de decirlo, sino que se demuestra en las acciones y dejaciones ante semejante drama humanitario-, no hay demasiada esperanza para los que aspiran o se embarcan en la travesía de la muerte.
Europa arrastra muchos cadáveres sobre sus espaldas, y si el tráfico de personas prolifera es precisamente por las trabas e imposibilidades que el continente privilegiado pone para evitar la entrada de los descendientes de los expoliados sin pudor alguno; una manifestación diversa de lo que sucede hace siglos.
Si alguien se cree aún -cosa que dudo- la Declaración Universal de los Derechos Humanos que se la repase. Su incumplimiento es flagrante, el atentado sistemático contra la vida humana debería estar sujeto a la legalidad, pero bien sabemos que esas muertes son menores y que ni a Europa ni a los países de origen parece alterarles demasiado.
Entre guerras, atentados terroristas, muertes a la desesperada de migrantes y una lista que podría ser aún más larga por las escasas condiciones de vida, ¿nos hemos planteado de todas las personas que habitan el planeta en qué proporción mueren trágicamente en el primer mundo y el tercer mundo? ¿No era el viejo continente el gran abanderado de la igualdad, libertad y la justicia? ¿Para quién? Las preguntas irónicas se responden por sí mismas. Mientras, disfrutemos de un domingo de descanso que para eso debemos haber nacido.
[1] https://www.acnur.org/noticias/briefing-notes/la-visualizacion-de-datos-de-acnur-sobre-travesias-en-el-mediterraneo

Muy buen artículo. Gracias.
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Gracias!
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