Acontecimientos: lo decisivo o no.

Obra de Silvina Ramadori

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Hay pocos acontecimientos decisivos e irreversibles, de forma absoluta, en la vida: ser madre -o padre, aunque puede haber matices nada menores entre ambos- y morirse.

La maternidad porque genera un vínculo definitivo, aunque con el tiempo vaya adquiriendo modos de manifestarse distintos. Llevar en el propio cuerpo un “humanito” que al nacer va adquiriendo autonomía y una idiosincrasia propia, es un acontecimiento que marca la existencia, porque sea de la manera que sea nunca se puede dejar de ser madre. La implicación que la mujer tiene en este proceso es mayor que la del hombre, y su vinculación entiendo que también. Gestarlo, parirlo y amamantarlo dejan una huella indeleble en la persona, que nunca más podrá concebirse completa sin ese acontecimiento. Esto no significa que quien no es madre no sea una persona completa, sino que quien sí lo es pasa a ser parte de su completitud. De ahí que lo hayamos calificado de acontecimiento irreversible: se es madre, y no puede dejarse de serlo.

La diferencia con el padre es que este puede inhibirse y hacer dejación del hecho desde el minuto uno de la concepción. Irse para que su vida no se vea alterada. Opción que no le queda a la mujer, aunque aborte siempre habrá tenido que pasar por un trance físico y mental que no afecta al hombre.

La muerte constituye el otro acontecimiento irreparable del que además tenemos certeza que tendrá lugar, aunque no sepamos cuándo.

Visto lo visto, la existencia puede ser afrontada con un cierto relativismo en cuanto a la trascendencia de lo que sucede, porque en estos otros aconteceres siempre podemos actuar para mejorar o cambiar nuestra forma de vida, esquivando o compensando los cambios indeseables que los acontecimientos hayan generado en nosotros.

De esta forma, saber situar los hechos o su vivencia en ese lugar de trascendencia relativa que ocupan es necesario para llevar una vida sin dramatismos y tragedias innecesarias. Otros acontecimientos devastadores no mencionados se derivan, de hecho, de los dos principales mencionados al inicio.

La flexibilidad, la conciencia de nuestra vulnerabilidad y de que somos seres transitorios y transitarios nos pueden proporcionar esa calma necesaria para vivir sin una angustia desproporcionada.

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