¿Dónde está «mi caja de herramientas»?

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Filósofo es aquel que, utilizando los conceptos o discursos relevantes de otros que como él quisieron entender el mundo, se abastece de una caja de herramientas mediante las cuales hurga, indaga y escudriña los tiempos en los que se halla para, conociéndolos y comprendiéndolos, no devenga esclavo de ellos. O, en palabras de Murillo:

En este sentido la teoría es para los intelectuales una “caja de herramientas”. Las herramientas permiten operar desde los dispositivos concretos, sobre los artefactos, pero no cualquier herramienta produce cualquier efecto. Del mismo modo, la teoría, en la medida en que se imbrica en prácticas concretas, no es producto de la mera subjetividad, tienen efectos materiales concretos, pero sólo en tanto es usada en el momento y en el lugar adecuado, de manera precisa, evitando aplicaciones mecánicas y toda forma de narcisismo que intente anteponer el propio deseo a la realidad. [1]

Lo que parece necesario es que el filósofo o bien se dota de su propia caja de herramientas, quehacer propio de los grandes, o bien se basa en aquella que otros elaboraron para realizar una ontología del presente, una búsqueda de los mecanismos subyacentes que mueven el mundo.

Personalmente, dispongo de ideas, interiorizadas probablemente de lecturas de los filósofos clásicos, que no acaban hilvanándose de una manera perfecta. Detecto disonancias, que me veo obligada a repensar y resignificar, si cabe. Entiendo que lo preocupante para la filosofía actual es esa falta de caja de herramientas que sea un instrumento capaz de iluminar un presente complejo, dispar y cuyos cambios científico-tecnológicos, geopolíticos y de movimientos como los diversos feminismos, los nacionalismos y cualquier ismo que podamos añadir, nos está superando, nos excede. Se resiste a ser comprendido y explicado.

Abundan teorías que se resisten a abandonar determinados principios nucleares, como ciertos humanismos, y esa unión cada vez más ficticia entre estado-nación.

Sin embargo, faltan filósofos capaces de elaborar cajas de herramientas que sean adecuadas para comprender dónde estamos y hacia dónde queremos ir o iremos irremediablemente. Y, esto, no sucede por falta de voluntad o de capacidad, sino que me temo que se nos urge a dar respuestas inmediatas, propias de la hipervelocidad de los cambios que se producen, que no disponemos de la distancia necesaria para observar, analizar y repensar las cosas. Estamos hundidos en el fango de nuestras contingencias y no podemos elevar ni un ápice la mirada. Tan ahogados nos sentimos que, a veces, nos limitamos a disparar alarmas ante el desarrollo de tecnologías como la inteligencia artificial, los logros de la ciencia genética, sin haber podido calibrar dónde hay que poner el acento de la prudencia y dónde alentar su avance.

Es una situación similar a la que se dio cuando padecimos la pandemia del covid 19, momento en el que se recurrió a los filósofos con urgencia como si estos fuesen capaces de augurar el futuro, cuando nos hallábamos atónitos de lo que sucedía en el presente.

Para bien o para mal, la filosofía exige silencio, tiempo y calma. Sin estos ingredientes podemos convertirnos en parlanchines. Es cierto que ante la demanda social no podemos callarnos, pero deberíamos ser más prudentes y transparentes en el momento de compartir nuestros análisis, destacando la incertidumbre de estos y la falta de margen para poder dilucidar hasta qué punto nuevos elementos de nuestras sociedades serán nocivos o no.

Expresado en los términos con los que se inicia el escrito: necesitamos llenar nuestra propia caja de herramientas, sabiendo que no es estática, sino que podemos ir extrayendo e introduciendo piezas más explicativas. El vértigo lo padecemos todos cuando vivimos en una montaña rusa sin la certeza de que alguien pueda detenerla. Sin embargo, los filósofos no podemos caer en la premura que los tiempos marcan, porque solo estaremos poniendo parches, que pronto se habrán despedazado. Mientras los políticos de algunas instituciones políticas reclaman  una legislación del uso de nuevas tecnologías y practicas científicas, y por otro lado el giro que está experimentando la estrategia geopolítica, los filósofos debemos dedicarnos de pleno y retirados a encontrar las piezas que no están engrasadas y a tejer discursos siempre actualizándose que den cuenta de cómo operan las estructuras subyacentes del poder y sus intereses y de qué manera y en qué aspecto nuclear debemos abanderar la resistencia.


[1] Murillo, S. (1997) El discurso de Foucault: estado, locura y anormalidad en la construcción del individuo moderno. (Bs. As.: UBA)

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