RELATO: «RECONSTRUIR LO FEMENINO»

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No podía eludir aquellos recuerdos que la visitaban contra su voluntad. Platos apilados esperando la mano oportuna, aquella que la naturaleza parecía haber designado para tal fin. Soledades añadidas que se forjaban en ese destino vacuo para el que otros creían que había nacido. Día tras día, imaginando la libertad sobre la que cabalgaría cuando hubiese logrado salir de esa caverna.

Se esforzó por ser fiel a sus propias promesas: no depender de nadie, ir a la universidad –para encontrar un hueco en un espacio opaco y cerrado para las mujeres– y disponer de medios propios de subsistencia. Fueron años de lucha incansable, de desánimos y casi abandonos, de resistirse al destino que su género le imponía. Tiempos de vagar entre tinieblas, oscilando entre la luz del sol y la penumbra de la cueva.

Llegó un día en que creyó haber vencido todos esos obstáculos. Tenía un trabajo con el que disfrutaba. Podía gozar de autonomía e independencia, si así lo quería. Intentó siempre romper con los patrones establecidos –por ello no lucía nunca faldas ni vestidos–, inventar una nueva forma de vivir como mujer, situar la maternidad como algo secundario y negarse a ser la esclava de las tareas domésticas. Se casó con corbata y pantalón. Y creía que sus gestos habían doblegado al mundo de los hombres, para liberarse de sus imposiciones.

Pero la vida le mostró que las cavernas no son siempre nítidamente oscuras, a veces irradian una luz equívoca y aparente, que vuelven a atraparte en sus garras. Tuvo que aprender que la oscuridad está en el interior, que los ojos de los otros nos configuran y que no sería tan fácil escapar de su propia caverna.

Las sombras difuminan la vista, porque no hay luz que nos deje ver, y si vienen de dentro ni tan solo tomamos consciencia de esa penumbra. Hacemos lo mismo, reproducimos patrones masculinos, intentamos vivir como ellos, y el transcurso de los acontecimientos nos despoja del espejismo de la liberación, para apercibirnos de que ahora somos hombres con cuerpos de mujer –y no por una disociación de sexo y género– y los sueños de poder se desvanecen, nos sumergimos en la patética constatación de lo que somos, y la tragedia es que hemos perdido nuestra identidad.

La crisis acaece con la edad algo avanzada. Alicia, cree haber fracasado en su fuga. Quizás porque no solo huía de otros, sino que cada vez que ponía distancia entre sus sueños y la realidad, también estaba alejándose de sí misma. No sabe quién es, no sabe qué vida quiere vivir como mujer, porque se ha resquebrajado y disgregado la idea que creía poseer de lo que es ser mujer en un mundo de hombres. Ha desechado los tópicos en los que la han educado, se ha forjado a base de negar lo que no quería ser, pero tal vez no pensó que nada puede constituirse sólidamente como negación o reacción a otro ajeno. Por eso acabó ejerciendo el rol contra el que se rebelaba. ¿Quién era, entonces?

Ahora, mientras tumbada en la vaciedad de no ser, deja pasar las horas, se siente un híbrido. Su postura inerte, su figura ya desgastada, sus manos abiertas sin nada que asir. Nota el olor del pasado, y su aroma sigue siendo agrio. Mueve el gesto y ve su no-ser reflejado en un espejo. Alicia parece sumergirse en su propio cuento, pero reacciona y mira con firmeza y entereza su imagen. Una imagen que desea rehacer, a pesar del cansancio, una nueva creación que le exige su voluntad. Algo parece haber convulsionado su mente. Se levanta, se dirige a su habitación y cierra la puerta.

Los rayos del sol irradian despiadadamente sobre cada rincón de la casa. Parece estar deshabitada, sin indicios de actividad. Alicia debe haber salido temprano, quizás buscando la bruma mañanera que le permita ser vista distinta. Algo diferente está a punto de suceder…

El ascensor del edificio central de la empresa está casi adormecido, un estado inusual en él. Alicia se precipita dentro y sin titubear marca el tercer piso. Recorre rápidamente el pasillo de acceso al despacho y, tras introducir la llave, se adentra en él. Busca una bolsa que esconde en un armario –para casos de urgencia–, la despliega y empieza a introducir sus efectos personales en ella. Tarda un cuarto de hora en desinstalarse y borrar sus huellas. Para acabar, se sienta delante del portátil y redacta una nota que reza:

“Me cansé de luchar por ser quien queréis que sea, esa no es mi batalla. Dimito”.

Imprime la cuartilla y tras introducirla en un sobre, la deja encima de la que fuera su mesa de trabajo. Abandona el despacho y sale sin dilación del edificio.

Acaba de sesgar toda una liana. Su perfil profesional era la evidencia más paradigmática de su confusión de identidad. Ha decidido renunciar al prestigio social y profesional porque, entiende, que es la gran batalla en la que desgastan su vida los hombres. Ella no es una mujer en el sentido tradicional y machista del término. Pero ha descubierto que ser mujer no puede consistir en sumergirse en un mundo de hombres y pasar por uno más. Se ha lanzado a la búsqueda de un redescubrimiento de lo que es lo femenino, desprendiéndose de la identidad vacía que los hombres le han otorgado, aquella que se niega a ser hombre encapsulado en un receptáculo de fémina, aquella que debe forjarse desde lo que quiere ser… un camino sin trazar, un riesgo, casi un precipicio.

Regresa a casa, saboreando lo que siente como una pequeña victoria. Reinicia la tarea de guardar en una bolsa, no las cosas que sí quiere conservar, sino todo aquello de lo que quiere desprenderse. Sabe que esta es la fase más sencilla, después de todo. Eliminar las cosas físicas es un signo, pero un signo tangible, visible que puede distinguir con claridad. El verdadero reto será rebañar de su mente aquello que no sea apropiado, entre tenebrosas telarañas urdidas con el tiempo en esa caverna interior, de la que, ahora, sí está dispuesta a salir.

Alicia solo tiene treinta años, su rostro aún conserva cierta expresión pueril. Su ser, ahora que empieza a situarse en una amplia explanada, es un torrente emocional, anhela el contacto con otros, las lágrimas brotando sin contención, el deseo de abrazar y ser abrazada. Sentir, y recrearse en la emoción desbordada. Anhela ser mujer sin prejuicios masculinos, recuperar la sensibilidad, la falta de pudor antes su propia sensibilidad que tanto llena la vida. También cree reconocer el deseo reprimido de ser madre, en ese ruedo de competición varonil. Recuerda las horas que antaño dedicaba a escribir, ese universo propio que elevaba su mente más allá de sus límites físicos. Alicia experimenta un duro proceso de purificación, una transformación catártica; sigue deshaciéndose de todas las cosas que ya no le pertenecen. Piensa que la casa va a quedarse algo vacía, hasta que vaya dando con objetos nuevos que se adecuen a su nuevo estado. No es una mudanza lo que hace Alicia, sino una metamorfosis.

Han pasado varias semanas desde que saliera por última vez de aquel despacho. Ha recibido algunas llamadas de compañeros que querían entender qué pasaba. Algunos llegaron incluso a pensar que la habían despedido por quedarse embarazada. Ella sabe que no puede dar explicaciones que sean comprensibles, porque el ámbito en el que se ha situado opera con otros parámetros, esos que ella misma intenta descubrir.

Ha abandonado el trabajo, ha limpiado su casa del pasado. Ahora se levanta por las mañanas, escribe un par de horas –cree que esa actividad la ayudará a encontrarse– y sale a pasear por las calles bulliciosas de la ciudad hundida en su silencio, mirando todo de nuevo, viendo el mundo con otros ojos, anclándose en su reciente perspectiva, para afianzar esa ubicación poco nítida aún. Cree que tan solo desde la espontaneidad y la observación paciente podrá perfilar su nueva identidad, o su identidad, la propia.

Dedica horas también a la lectura. En casa, en parques, en bares. Ha descubierto que el ruido externo no la penetra cuando consigue contactar con su interior. Se detiene tiempo en la lectura de Nietzsche –más allá de su concepción de la mujer, que era enfermiza–. Hay algo en sus palabras que le da fuerza, poderío. Su capacidad para sostener el dolor, su negación de la debilidad y su convicción de que querer es poder, la trasladan en volandas por esa nueva aventura que ha iniciado. El hombre es algo a superar, se repite como si de un mantra se tratara. ¿Qué significa eso para la nueva forma de ser mujer? Ella ha ido descubriendo algo. La sensibilidad no es debilidad, negar la debilidad no es negar la sensibilidad. La competitividad en pro del reconocimiento social y profesional te lleva a malgastar tu vida y a vaciarla de lo auténticamente humano. Lo humano no es el hombre, la humanidad sería un concepto vacío sin lo femenino, el lenguaje nos tiende trampas machistas de las que debemos huir, porque nos confunde. Alicia, quiere ser humana, muy humana, y en eso consiste ser mujer, en llevar a la plenitud la humanidad. La nueva mujer es aquella que supera al hombre –en su sentido más clásico– y busca realizarse en la humanidad. Aquella que arrebata el monopolio de la identidad a lo masculino, para adentrarse, con sensibilidad y profundidad, en lo que constituye lo humano. Siente que se está nutriendo de argumentos y razones que la impulsan a seguir. Este tiempo de calma, sosiego y reflexión que ha decidido tomarse parece dar sus frutos.  Cuanto más nos nutrimos interiormente más claridad surge de nuestro interior. Quizás ahora está en condiciones de abandonar la caverna, la luz es excesiva para el interior de una gruta. Ya no hay lugar para ella en ese antro. No huye contra la voluntad absorbente de la cueva, sino que es invitada a salir, porque su luz puede despertar a las demás. Ahora toma consciencia de lo que significa la caverna, aquella oscuridad de la que llevaba años huyendo, y que contra más luchaba por salir, más la engullía.

Empieza el buen tiempo y Alicia cree que ha llegado el momento de buscarse alguna ocupación para su sustento. No necesita de momento ningún trabajo para realizarse, quizás algún día encuentre ese hueco al que pueda ajustarse con su nueva identidad. De momento, entiende que le basta con asegurarse algunos ingresos que le permitan sobrevivir. Por ello, acepta un puesto de dependienta en un supermercado a tiempo parcial. Dispondrá de las tardes para continuar su periplo: esa búsqueda desde la negación de lo que las mujeres han sido, ella misma ha sido, hacia un nuevo ser que se genere desde la cruda nada. No quiere debatirse entre disquisiciones sobre la ideología de género que impera. Intuye que laten intereses poderosos –masculinos, por supuesto– en esa vorágine que mezcla el problema de reconstruir lo femenino, con cuestiones sobre disonancias de género, sexo, tendencias sexuales, transexualismo…, ella reivindica el derecho a una identidad propia como mujer –sin conflicto entre sexo y género– en la era del desarrollo científico-tecnológico, esa nueva fase que algunos consideran vertiginosamente decisiva, pero en la cual se sigue confundiendo a la mujer para que no sea más que una proyección inferior de lo masculino. Cuestión obvia si se pretende que alguien sea lo que nunca podrá, ni quiere, ni necesita ser.

Tiene claro que la igualdad de derechos de unas y otros no puede consistir en eliminar las diferencias reduciendo lo femenino a un algo masculinizado. Ha entendido, o cree que es así, que la diferencia es crucial en la búsqueda de la propia identidad porque negarse a la maternidad es despreciar un privilegio que solo pertenece a las mujeres. Ellos pueden, obviamente, ser padres, pero nunca madres, y esta diferencia no puede utilizarse en menoscabo de quien posee la capacidad de gestar y sentir el crecimiento en sus entrañas de su propio hijo. Algo que algunos hombres, con la sensibilidad no demasiado atrofiada, envidian, porque es ciertamente una experiencia única. Por ello, usar el embarazo como instrumento de marginación laboral contra las mujeres es un acto de ceguera emocional, que solo los hombres, paradójicamente inteligentes, pueden captar.

Sabe que ha acometido una empresa difícil de dilucidar, que no tiene en absoluto resuelta: ¿Debe haber roles estáticos diferenciados entre hombres y mujeres? ¿Quién debe criar los primeros meses de vida al infante? ¿Son compatibles la maternidad y la paternidad con esa carrera de fondo, vorazmente competitiva, en el campo profesional? ¿Tenemos hijos, mujeres y hombres, para buscar canguros y guarderías que cumplan nuestra función mientras nosotros trabajamos para realizarnos? Empieza a intuir que hay opciones incompatibles en la vida. Obviamente, se necesita de un puesto de trabajo para vivir, pero cuando se opta por ser madre o padre, tal vez existan unas limitaciones en la ambición personal. Considera igualmente lícito renunciar a tener hijos, por parte de ambos géneros, para poder, sin limitaciones, desarrollarse profesionalmente en el ámbito que uno desee, pero no valora coherente querer simultáneamente lo que acaba oponiéndose frontalmente, porque no satisface y realiza ni a unos ni a otros.

Pero esta re-creación de lo femenino va más allá; lo mencionado es un aspecto fundamental, pero no agota el problema de la identidad. Ser humana y mujer —porque aunque hace muchos años ya, recordaba haber visto, ante su perplejidad, planteadas en textos escritos cuestiones como si la mujer era persona, o si bien poseía alma, entendía que eran desagradables y tendenciosas preguntas anacrónicas— era consciente de que este giro copernicano requería mutar la misma noción de humanidad, para que tuviera cabida una diferencia de sexo-género y de diversidades individuales en las formas de vivenciar la masculinidad y la feminidad.

Desconocía hacia dónde le redirigía esta búsqueda, si sabría dotarse de identidad propia, si barajando estas tesituras encontraría su lugar en una sociedad nada preparada para un cambio de mentalidad de este calibre, pero poseía la certeza de que había iniciado, al menos desde la propia subjetividad, y no desde patrones sociales impuestos, aquello que significaba ser mujer, y este reto le parecía fascinante a alguien que había intentado vivir como un hombre, en un cuerpo de mujer, padeciendo los agravios de no poder desprenderse de ese cuerpo que la condenaba al menosprecio masculino.

Plural: 3 comentarios en “RELATO: «RECONSTRUIR LO FEMENINO»”

  1. Impresionante por todo lo que pasa Alicia, desde encontrar el valor para dar pasos hacia lo que ella quiere, hasta «limpiar su casa del pasado» y reconocer que la «sensibilidad no esdebilidad» entre otras tantas decisiones… Definitivamente las mujeres somos seres increíbles y cada una debería poder expresarse y vivir tal comolo desea. Que bien escribes Ana, enganchan tus palabras además de la profundidad del sentimiento.
    Lindo y bendecido día.
    Un abrazo.

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