Revisando el blog, me he topado con un breve escrito del año 2017 -esos que categorizo como Anagramas- en el que utilizo un concepto que ahora me ha resonado: contrahumano.
A partir del concepto de humano han ido surgiendo derivados, como inhumano, transhumano, posthumano, …Todos ellos tienen un núcleo común, como vemos, la categoría de humanidad. Esta fue especialmente controvertida durante el siglo XX en el que se intentó de manera explícita eliminar los denominados humanismos. Calificados de esencialistas, es decir, que entendían lo humano como algo fijo, inmutable en su ser y a los que se acababa atribuyendo una connotación moral. De hecho, para descalificar moralmente una acción se la denominaba inhumana o propia de bestias, lo cual contiene implícita la creencia de que hay un modo ideal y único de ser, en lo esencial, humano. Esta expresión, a pesar de las concepciones no esencialistas y más dinámicas de lo que es ser humano, sigue estando, curiosamente, en nuestro lenguaje, quizás como un desliz del que ni nos apercibimos.
Las concepciones no esencialistas destacan el carácter fluido, cambiante, dispar, y contradictorio que tiene cabida en el individuo humano. Se es humano de múltiples maneras, y si llegamos a ser de una u otra es porque en nuestra condición existe como posibilidad esa diversidad de actualizaciones. Así, procede distinguir y desvincular, como un implícito indiscutible, que a lo humano estén inexorablemente vinculadas unas cualidades y no otras, y que las que no lo estén sea por su inmoralidad. De hecho, esta última -la moralidad o no- tiene una validez conectada con contextos culturales determinados, entre los cuales puede haber oposiciones y visiones bastante divergentes. En definitiva, la aspiración de aproximarnos a qué es lo humano universalmente debe desvincularse de toda connotación ética.
En consecuencia, no podemos obviar que, como Naturaleza, seres vivos, estamos biológicamente definidos y diferenciados de otros. Es decir, se dan unas características genéticas y fenotípicas únicas que a simple vista nos permiten distinguir un humano de un perro, simplificadamente. Ahora bien, en el margen de acotación de lo humano se pueden dar manifestaciones fenoménicas materiales y de conductas incalculables. De hecho, en este sentido cada individuo es único fenotípicamente, con relación a cómo llega a aparecer corporalmente, y también lo es conductualmente. En este sentido nos unifica lo que nos delimita -por ejemplo, somos mortales- y nos singulariza lo propio.
En este amplio espectro abierto, queda patente que aquello que se denominó naturaleza humana no puede confundirse con el humano ideal relativo a una cultura. Por lo tanto, ser humano requiere unas características biológicas a partir de las cuales las formas de ser humano se multiplican, sin que aquí sea oportuno juzgar cuáles son éticamente aceptables y cuáles no.
Aquellos que se opusieron al denominado esencialismo intentaron sostener esta diversidad de actualizarse como humano. Unos asumieron posiciones existencialistas, otros fenomenológicas, etc. En cualquier caso, lo que se ha ido reconfigurando no ha sido tanto qué es un humano, sino en qué condiciones puede manifestarse lo humano entendido como variable, fluido, dinámico. Esto ha sido posible en gran medida a una concepción materialista de lo humano, como corporalidad que supera el dualismo que en la modernidad se agudizó con Descartes.
Pues bien, al reencontrarme hoy con aquel concepto que usé hace años en el escrito aludido, a saber, el de contrahumano, intento captar qué entendía con esta idea:
“En los márgenes requeridos tiene lugar lo apropiado. No brota de una semilla un animal depravado, sino una planta destinada a ser fotosintética y sin capacidad locomotora. De igual manera, del contexto y las circunstancias deviene lo apropiado que, ahora sí, siendo animal de naturaleza flexible puede ser humano o contrahumano”.
Fijémonos que, en el fondo, subyace algo que, tal vez, se infiltró sin mi conciencia, que es dar por válido el término contrahumano en un sentido sutilmente ético, ya que previamente se admite que siendo animales de naturaleza flexible es apropiado que se dé un individuo humano o contrahumano. Hoy, revisándolo, diría que hubiera sido necesario explicitar que lo humano tiene aristas innumerables, todas ellas igual de humanas, aunque a muchos les puedan parecen propias de bestias o de contrahumanos.
Es tan humana la violencia que degolla al otro, como el altruismo que da la propia vida por salvarlo. Esta extensa gama de manifestaciones y expresiones de ser humanos nos lleva constatar que: somos aquel ser que oscila de los dioses a las bestias, y son tan propiamente humanas unas actualizaciones como otras. Ahora bien, esto no excluye que, como seres sociales que necesitamos de los otros porque esa es nuestra condición, una relación de reciprocidad, se den condiciones más beneficiosas para el conjunto de individuos que otras, y que intentemos desentrañar cuáles son estas. Eso sí, con el cuidado de no deslizarnos de lo antropológico y, en algún sentido político, a lo fundamentalmente ético.
