EL MUNDO DE LA FRACTURA INFINITA

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Habitamos un mundo fracturado en dos: el conjunto de países en los que los individuos luchan por la supervivencia por pobreza estructural o por conflictos bélicos y aquellos en los que el eje, aparentemente, es el bienestar de los individuos.

Esta simplificación puede ser útil para entender que hay una parte del mundo, los que se hallan en el lado menos favorecido de la fractura, que se está destruyendo por hambrunas, pobreza, sequía y falta de medios -no necesariamente de recursos naturales- o por estar inmersos en guerras que en estos momentos se están extendiendo, por ejemplo, en Oriente Medio, y que, los que están en el lado más favorecido de la fractura observan como si el asunto no fuese con ellos. Ese es un craso error porque la globalización económica ha provocado que todo vaya con todos. Y esto porque la dependencia en la producción, comercialización es cada vez mayor, y porque si no olvidamos la condición ética propia del ser humano nada de lo que acontece debería sernos ajeno.

Si nos detenemos algo más en el lado menos favorecido, asistimos no a una nueva guerra fría, como algunos afirman, sino al punto álgido de conflictos enquistados desde el siglo pasado que ya se han traducido en conflictos armados, con genocidios incluidos, en los que están directamente implicadas potencias como Rusia y EUA, que en lugar de enfriar el ambiente contribuye a subir el tono mediante acciones bélicas directas o indirectas. Tengo la impresión de que es uno de los momentos más delicados tras la II guerra mundial y que. si en algún momento se ha atisbado riesgo de una III, este es el momento más peligroso. Como muestra de ello es que la ONU ha llegado al punto culmen de su incapacidad, ya que ninguna de sus advertencias tiene ningún efecto y su ineficacia tenderá a disolverla. Si este organismo se creó para evitar una nueva masacre mundial, parece obvio que si ello no llega a suceder no será gracias a él.

Lo trágico es que, tras la situación que estamos describiendo, hay personas, millones, que están padeciendo el terror en sus carnes y van muriendo como moscas, sin que eso parece que conmueva excesivamente la conciencia moral de los responsables directos y de todos en general. Se van cuantificando los muertos que se reducen a números anónimos, pero que están siendo llorados con sangre por sus familias porque son personas, no datos que demuestran quien va ganando o perdiendo una guerra. Terrorífico.

En el lado favorecido de la fractura, aquellos que aún creen que eso que sale en las pantallas no va con ellos, se desarrollan estrategias de confusión de los individuos a los que se les hace creer que cada uno de ellos es el centro del mundo y que su cuidado personal, su salud mental y su bienestar es lo que le importa al sistema político-económico que los gobierna. Esta falacia que ha sido inyectada y funciona, disgrega a los individuos evitando la creación de grupos o comunidades que detengan a un sistema que pretende a su vez fracturar cada sociedad “favorecida” en dos, los ricos y los pobres, bajo el supuesto de que los únicos que podrían revolucionar el sistema son las clases medias. Desaparecidas estas, todo más protegido.

Sin embargo, estas aparentes sociedades del bienestar -ayer se hizo público un informe por parte de la Generalitat que media el grado de felicidad[1] de los catalanes- son una falacia que induce a creer que el individuo es el que está mal -hay una tendencia  a patologizar casi todo, llevándonos a cuestionar qué es la “normalidad” y si alguien cumple esa normatividad-  y a menospreciar la presión del entorno que es cada vez más exigente en la productividad, más acelerada, más estresante hasta llevar a la desintegración del individuo, su desmoronamiento. Es decir, son las sociedades de la fractura infinita, porque cuantas menos redes, lazos e integraciones de cualquier tipo se den, más garantizada esta su existencia.

De esta forma el mundo está fracturado y “cuanto peor, mejor” para los poderosos económicamente. Podríamos decir que si nuestro mundo fuese a consultar a un psicólogo lo diagnosticarían con el síndrome de la fractura infinita, ya que todo es susceptible de ser divido aún más, y ya sabemos lo que dicen “Divide y vencerás”.


[1] La Filosofía lleva desde su origen intentando elucubrar que es esto que los humanos llamamos felicidad. Huelga decir que la pretensión de cuantificarla es resultado del sometimiento de la cultura occidental a una sustitución de lo cualitativo por lo cuantitativo, que a su vez es el avance ya desnortado hacia el nihilismo. El «0» sería en este caso el número más representativo.

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