Filosofar para vivir.

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La necesidad de entender de qué va eso de la Filosofía va aparejada con la urgencia de comprender de qué va eso de vivir. Así como la existencia se articula como la diversidad que acontece entre el vivir y el morir, la Filosofía se materializa en una pluralidad de formas de expresión que pueden oscilar desde lo académico -la preferencia de aquellos a los que les urge acumular méritos- a cualquier expresión artística.

Hay, no obstante, una diferencia que no es menor ya que mientras lo artístico puede pervivir durante siglos y con ello la filosofía, la indagación sobre la existencia y su sentido o falta de él, la existencia es inexorablemente finita, y esta finitud nos impele a buscar con celeridad -relativa- para qué vivimos. Esta aparente escisión se desvanece si entendemos la Filosofía como esa búsqueda, ese afán por entender qué es nuestro existir. Mediante la literatura, la poseía, la pintura, la música utilizamos la estética como modo de acontecer de una vida asumida y comprendida en el sentido que sea, pero no cabe duda de que filosofamos mediante la vida, y vivimos mediante la Filosofía.

Claro esta que, como mencioné al inicio, hay que superar esa visión exclusivamente academicista de la Filosofía y creernos que si el pensar y el preguntar no están materializados desde las mismas entrañas del humano que clama respuestas, la Filosofía se muestra hueca, vacía porque ha perdido la vida por el camino.

A la clásica y conocidísima pregunta de Camus de “¿por qué no me suicido?” que el sitúa como la cuestión nuclear de la Filosofía, una respuesta podrá ser: porque estoy, filosóficamente, buscando un motivo para hacerlo y otro para no hacerlo. Y mientras escudriñamos las vísceras del vivir, hay motivos para seguir viviendo, ya sea mediante la pintura, la escultura -con la cual desvelamos lo que se haya oculto- o cualquier otra manifestación artística.

Así, la diversidad filosófica no es más que la diversidad vital, y por eso no puede haber ruptura entre una y otra, a no ser que hayamos llegado al final de nuestro tránsito, ya sea de manera natural o por decisión propia.  

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