La película danesa “Nada” dirigida por Trine Piil Christensen y Seamus McNally, es una alegoría sobre la sociedad de nuestro tiempo en la que nada parece tener sentido, nada parece importar y en consecuencia todo parece igual. O eso es lo que el adolescente, que sirve de inicio de la trama, expresa y manifiesta subiéndose a la copa de un árbol y quedándose ahí a vivir.
Sus amigos del colegio intentan demostrarle que sí hay cosas que importan, a pesar de que la crítica del adolescente en crisis vaya al núcleo mismo de una existencia preformada y prevista por un sistema que nos marca, desde que nacemos, cuál es el estrecho margen de acción que tenemos. La idea de crear un montón de cosas que sí importan para mostrárselas a su amigo encaramado al árbol.
Aquí empieza una vertiginosa, tensa y desnortada puja en la que unos arrebatan a otros lo que saben que sí les importa. En ocasiones, por rencillas entre ellos, por venganza, como los mismos adultos que no han sabido mostrarles que sí, que hay cosas que sí importan, tenga o no sentido la vida.
Lo interesante, a mi juicio, es cómo una acción que inicialmente puede estar movida por la buena voluntad acaba mostrando esos otros aspectos que la condición humana posee y que se manifiestan, con una crueldad exponencial, a través de unos adolescentes que bien pudieran ser los adultos manejándose en una sociedad como la nuestra.
De la nada nos trasladamos a algunas cosas sí importan, y esto al margen de que la vida en sí misma no tenga sentido alguno dado de antemano, y seamos cada uno de nosotros los que la dotemos de cierto valor en la medida en que no todo es igual, no hay indiferencia: hay singularidad que hace que aquello que sí importa constituya tal vez ese sentido inmanente de la existencia.
Y, sobre todo, no se juega con las cosas que sí importan. Agudicen los oídos los que más responsables son del mundo en el que vivimos, porque hay cosas sagradas.
