La utopía como raíz de lo no realizable.

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Los humanos atravesamos lo real singularizando nuestras existencias como únicas. No unas, en el sentido de fenómenos aislados, sino propias, que se derivan de vertebrar lo apropiado para cada uno, y siempre en íntima conexión con los Otros, que a su vez luchan por su apropiedad, es decir, su particularidad que no es apropiación de nada como tal.

Esta realización dinámica y nunca acabada de cada uno constituye, de facto, la condición necesaria para que lo político se articule fluyendo en sintonía con las realizaciones que emergen. Dicho, en otros términos, la vida social es política si responde a las necesidades y cambios que se van produciendo. Esa como si construyéramos de abajo hacia arriba -como diría en algún sentido Zambrano-, quedando “el arriba” al servicio del “abajo”, huyendo por lo tanto de institucionalizaciones rígidas e invariables que acaban rompiendo el nexo con la vida misma. No hay cabida pues para ningún tipo de lógica transversal que no esté sometida provisionalmente al impulso que puja desde el “abajo”, y, si así fuese, nos sentiríamos asfixiados, anulados y sometidos a una lógica que no es vida, sino negación represiva.

Aquí, acude a la mente inmediatamente esa lógica transversal capitalista en la que existimos hoy. Sería una ingenuidad nada crítica obviarlo; sin embargo, la transformación de cómo articular sociedades políticas que posibiliten habitar el mundo desde la propia singularidad -forjada en interacción con los otros, ya que no soy sin otro que me permita delimitarme- es el reto mayúsculo que los humanos no hemos alcanzado en ese tramo del tiempo que consideramos la historia -al menos desde occidente-. La primera urgencia consiste en que reconozcamos que la lógica del mercado capitalista que nos atraviesa no nos permite vivir, porque nos instrumentaliza sin que nos apercibamos de ello y nos creemos libres, cuando esta supuesta libertad consiste en decidir si el objeto X -del cual me han inoculado su necesidad- lo quiero azul o negro. Nada más lejos de una supuesta libertad que debería fluir del proceso mismo de realización de cada uno.

El planteamiento de trazar una verticalidad desde “abajo” en la construcción del marco político, es una apuesta colectiva. Sin el colectivo de humanos que realizados -es decir articulaciones únicas de lo real- se unen con un propósito irrenunciable como el mencionado, no tiene sentido ninguna acción, porque el individuo es nada sin el colectivo y recíprocamente. Cómo pueda llevarse a cabo esta articulación vertical y transversal diferente que haga posible una vida más humana -entendiendo por esta la posible manifestación de lo animal y de lo cultural no castrador que nos constituye- pasa necesariamente por una revolución que metamorfosee las articulaciones al servicio del capital, por otras al servicio de las personas. Esta es una de esas utopías que hace falta pensar, ya que lo que puede ser pensado cabe la posibilidad de que se convierta en un flujo eléctrico que nos zarandee ante la materialidad que tenemos ante nosotros, sobre todo si aprehendemos esa materialidad como des-humanizadora. Las utopías son necesarias para avanzar en un sentido más deseable, aunque nunca se lleguen a realizar ya que teniendo en cuenta la condición humana devendrían distopías.

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