Su objetivo prioritario era encontrar un video juego para convertirse en su avatar y abandonar esta incomprensible realidad por la que se sentía superado, abatido y sin ningún aliciente, adentrándose en otra que se fundamentase en reglas claras y siempre aplicables, sobre todo para saber a qué atenerse. Con este propósito entró en una tienda de la que había oído hablar con entusiasmo a sus compañeros de clase. Merodeaba por los pasillos mirando los productos que tenían. Él nunca había tenido un vídeo juego y pocas veces había probado alguno de sus compañeros. Sentía inseguridad y una apabullante ignorancia sobre el tema, así que decidió consultar a algún dependiente que pudiera orientarlo. Debía preguntar con precaución, ya que nadie tenía por qué conocer su auténtico fin y, tal vez, si así fuese no le aconsejarían ningún juego, y aún le echarían de la tienda. Estos temores eran fantasías que le generaba la ansiedad de no conocer y dudar incluso de qué pedir. Sacando coraje de donde solo parecía haber temor, se acercó a un veinteañero y le preguntó: “Busco un vídeo juego que exija múltiples pruebas que debas contemplar para poder abandonarlo. No sé si existe algo así.” El dependiente volvió la cabeza, ya que lo había abordado por la espalda, y sonriendo le contestó: ¿Qué apostando con los colegas a ver quién la tiene más larga?” ‘Él, sonrojado como un fresón, agachó la cabeza y casi como hablando para el cuello de su camisa repuso: “Bueno, …” El dependiente le dio una palmada en la espalda y le dijo: “Ven conmigo”. Lo llevó a una sección que con grafitis rezaba: “LOS IMPOSIBLES”, y eligió una de las cajas diciéndole: “Mira, este nadie se ha atrevido a probarlo, sería una buena manera de darle en los morros a tus amigos, seguro que nadie lo tiene”. Dubitativo y nervioso, en parte por el miedo a no saber usarlo, empezó a gesticular con el rostro y las manos, hasta que el veinteañero le espetó: “Venga valiente, no te dé vergüenza”. Así que sin ningún criterio aceptó y pagó un importe exagerado, aunque pensó que en esa realidad virtual no necesitaría el dinero que estaba en curso aquí. Salió de la tienda y se volvió aceleradamente a su casa.
Cuando hubo llegado encendió el ordenador, puso el vídeo juego, éste arrancó y se vio ante una pantalla que decía: “El circuito de Sísifo”. Él desconociendo quién era ese personaje de cómic -pensaba- clicó a iniciar y empezó la aventura. El juego consistía en subir una piedra a lo alto de una montaña y evitar que el Maligno que se hallaba en la cumbre se lo impidiera. Así que se dispuso a ello, manejando el joypad y entusiasmado con su cometido que le resultaba más o menos sencillo. Pasadas cuatro horas de apercibió que, aunque su avatar de color azul era casi divino, la piedra que debía empujar era el triple de grande que el avatar y que el Maligno había creado todo un escenario para que sin tener que mover un dedo, resbalase antes de llegar a la cima y tuviese que volver a empezar. Como él había pedido, no podía escapar de esa realidad hasta que no hubiese cumplido el objetivo, que cada vez le parecía más difícil de lograr. Pasado un mes, seguía con el ánimo por los suelos como un robot subiendo y cayendo por la montaña, habiendo perdido la conciencia de quién era antes de hallarse en ese círculo vicioso. Así que él, Sísifo el nombre de su avatar y ahora su única identidad se vio atrapado en una especie de laberinto del que no creía poder salir, aunque incluso ya desconocía que hubiese otra realidad que no fuese esa, y no tenía más opción que la repetición eterna.
