“Un estudio de la UAB concluye cifras muy alarmantes en cuanto al suicidio. La muestra agrupa a 972 jóvenes estudiantes de unos 21 años de media. Un tercio de esos jóvenes universitarios presentan riesgo de suicidio. Uno de cada tres. Unos datos que empeoran ya que hace tres años ese riego de suicidio era la mitad.
El estudio asegura que el 27% ha pensado en suicidarse en el último año, un 23% por la comentado con alguien, y un 4% lo ha intentado.
Además, estas cifras corren el peligro de seguir empeorando por la normalización del consumo de porros. Esta sustancia incrementa el riesgo de conductas suicidas porque en un consumo frecuente, aumenta el estrés o la ansiedad, en contra de lo que muchos estudiantes piensan.”
Paula Silvestre. LA VANGUARDIA DIGITAL. Publicado: 12 de abril de 2024, 18:12.
Hace unos días, la novelista Cristina Gracia Tenas expresaba su estupor ante los resultados del estudio sobre el suicidio del que, entre otros medios, se hace eco La Vanguardia y del que he extraído el fragmento que encabeza este escrito.
Según los datos hechos públicos por la UAB, el riesgo de suicidio entre los jóvenes universitarios se ha duplicado en tres años y alcanza ya a un tercio de esta población.
No he tenido acceso al estudio mencionado, y desconozco si incluye un análisis de los factores que alimentan esta situación y de la complejidad de estos. Si no fuese así, el siguiente paso urgente es una investigación profunda sobre las causas de esta situación de la salud mental en los jóvenes, porque sin conocer las causas difícilmente se podrán realizar acciones que revierta esta situación. Sorprende, no obstante, que en el artículo se destaque que la situación empeorará por el consumo de porros, ya que este se ha normalizado entre los jóvenes.
Ante el simplismo de esta afirmación, que desconozco si es una deformación de la periodista o es el factor que destaca Joaquim Limonero, catedrático de psicología, coordinador del grupo de investigación en estrés y salud de la UAB y presidente de la Sociedad Española para el estudio de la Ansiedad y Estrés. Parece que la causa sea el consumo de porros, cosa que evidentemente es una banalidad, ya que sabemos que cualquier adicción a sustancias tóxicas viene provocada por problemas anteriores de salud mental producidos por un conjunto complejo de elementos: el contexto familiar, el entorno académico-escolar, las condiciones económico-sociales de vida, el entorno político y cultural, más factores genéticos individuales, por citar algunos que resultan evidentes.
La cuestión previa es en consecuencia qué les hace refugiarse o evadirse mediante el consumo de cannabis, de manera tan normalizada, y realizando un giro copernicano preguntarnos qué razones tienen hoy los jóvenes para querer vivir. Si analizamos el presente colectivo, se hallan en un entorno que dificulta sus posibilidades de independizarse por la imposibilidad de acceder a una vivienda y las perspectivas poco alentadoras de llegar algún día a tener un empleo con un sueldo que les permita una autonomía económica. Son jóvenes que, a pesar de estar realizando estudios universitarios, ven el camino hacia la autonomía e independencia de su familia como una quimera. El desequilibrio entre los salarios y el coste de la vida ha cercenado la esperanza de ser adultos, en el sentido más básico que es de entrada abandonar la casa familiar. Pensemos que lo que la sociedad actual ha acabado imponiendo como necesidades básicas ha aumentado considerablemente, ya que disponer de conexión a internet, un ordenador y un móvil no parece que sea en medio de una gran revolución digital ningún capricho, sino más bien un instrumento sin el cual no puedes acceder ni a los servicios más básicos, como es la salud pública, las gestiones con la administración, los bancos,…la realización de estas gestiones presencialmente se han reducido, y, dados los derechos que de facto han ido perdiendo los trabajadores, tampoco resulta una opción pedir permisos para este tipo de cosas que se presupone haces a través de internet.
Si la falta de un futuro esperanzador afecta a los jóvenes universitarios, podemos suponer que la situación del resto puede ser aún peor. Una generación que no ve futuro porque los flujos de información que recibe son los desastres naturales inminentes por el cambio climático, el empeoramiento de las condiciones de vida por la globalización, los conflictos bélicos que apuntan a mundializarse y a afectarnos directamente, es difícil que incube el ánimo necesario para el esfuerzo y la lucha que exige vivir. Además, los mensajes que circulan que animan a disfrutar del presente porque el futuro no existe aún, que pueden ser beneficiosos para adultos que ya han encaminado su vida, resultan contraproducentes para los jóvenes que entienden que, ante la falta de un futuro soportable, mejor disfrutar del presente. En estas circunstancias, el consumo de sustancias que los desinhiban y les haga perder cierto contacto con la cruda realidad es un recurso inmediato que alivia la sensación de sufrimiento y desánimo.
Estas generaciones jóvenes son los hijos de los boomers que elevaron su nivel de vida respecto de sus familias de origen y aunque nadie dice que lo tuvieron fácil, consiguieron darles a sus hijos aquello de lo que ellos habían carecido y que les permitió ser niños durante más tiempo. Hay razones por las que hoy denunciamos que la infancia se está acortando, pero analizándolo bien -excepto por el acceso al sexo- la generación boomer tuvo un acceso e implicación en los problemas familiares y económicos que les exigió actuar en consecuencia, que no han tenido las generaciones actuales que se ha procurado que crezcan como niños. Aunque haya sido un cierto acto fallido, ya que han sido niños para asumir responsabilidades, pero no para acceder a todo tipo de información, por ser ya individuos digitales, aunque no tuvieran la capacidad de asimilarla ni entenderla.
Es decir, los jóvenes actuales han vivido mejor que los anteriores, en el sentido económico, sin embargo, se anuncia por doquier que es una generación que, aunque sea la más formada y especializada de todas, vivirán peor que la generación de sus padres, y este horizonte no es excesivamente halagador. Antes se creía que el que se esforzaba y conseguía unos estudios universitarios tenía a su alcance la posibilidad de iniciar una vida de adulto más o menos pronto. Hoy en día, la mayoría de los jóvenes que se independizan antes de los treinta años sigue recibiendo un apoyo económico familiar, que obviamente no les ayuda ni anima. O sea, que graduarse, hacer dos másteres y saber inglés no es garantía de conseguir un trabajo con un salario digno. Si este es el panorama de los más formados y situados socialmente ¿qué deben sentir los otros jóvenes?
A esta descripción vinculada a lo material -económico/social- hay que añadir el marco de las ideas y creencias en la que han crecido. Las generaciones anteriores tenían algo por lo que luchar colectivamente: la transición a una democracia en la que se tenían puestas muchas esperanzas, la fuerza de las ideologías aún se sostenía y del catolicismo -más cristiano que católico-. Hoy el vacío de ideas-fuerza que nos movilicen colectivamente es evidente, las luchas se han particularizado y segmentado, y la creencia que el mundo puede cambiarse para mejor ha caducado, a base de la experiencia acumulada. Esa fe en la capacidad del humano para progresar éticamente es una aspiración del pasado. De esta forma, si ni individual ni colectivamente se asumen posibilidades de cambio del sistema que nos tiene esclavizados -sutil pero eficazmente- ¿qué motivos tienen los jóvenes para querer vivir, si en estas cuestiones parecen tener un espíritu escéptico de una persona sexagenaria? Añadamos que este contexto de individualización ha precarizado las relaciones, la vulnerabilidad y la fragilidad de todo está continuamente presente, y el grado de incertidumbre con el que deben vivir no se asemeja en nada al panorama en el que crecieron que, por poseer más medios que la generación de sus padres, parecía augurarles un futuro mejor. Las certezas se han disuelto y la vivir implica asumir un riesgo continuo al fracaso, el cual puede llevar consecuencias difíciles de metabolizar.
Tras estas conjeturas sobre las posibles causas del riesgo de suicidio en los jóvenes universitarios, subyace la voluntad de explicitar la complejidad de este fenómeno que ha ido agravándose en los últimos años. Hecho el estudio descriptivo, urge profundizar en las causas de fondo para identificar qué estrategias, si las hay, pueden revertir esta tendencia marcada, ya que el suicidio es en Catalunya la primera causa de muerte no natural entre los jóvenes.
La reacción que puede darse, por la inmediatez de la respuesta, es achacar la situación a una determinada “flojera” de los jóvenes de hoy, que en cualquier caso puede ser la percepción intuitiva de alguna generación anterior, pero posiblemente nada objetiva, sobre todo si tenemos en cuenta que ponernos en unas circunstancias complejas que no hemos experimentado es una acto diría que imposible de realizar, atendiendo a que siempre nos situamos con nuestra piel curtida de la manera en fue avezada.
Queda expuesto, una vez más, que el progreso científico- tecnológico y económico no supone necesariamente ni un progreso moral, ni una mejora de la vida humana

muy blanditos nos están saliendo…
y aún más desean hacerlos
les falta un par de c… y o…. no para desperdiciarlos de puertas a dentro
si no para ponerlo encima de la mesa de puertas afuera
porque los que estamos trayendo y dejando pasar…. se los van a comer
me ha gustado Ana
saludos
Me gustaMe gusta