Vivimos amordazados por el miedo a decir lo que no toca, a actuar cómo no se espera, a no ser quienes se considera que debemos ser. Y esta compresión sentimos que se ejerce desde exterior, justificando nuestra actitud como resultado de una fuerza social que nos atenaza.
Quienes creen defender su propia identidad, a menudo, están respaldados por un grupo de iguales que los legitima, fortalece y anima a alzar la voz en pro de su diferencia. Sin embargo, esta supuesta situación es algo falaz. En el sentido de que seguimos siendo lo que el entorno próximo nos impele a ser. De tal manera que los individuos se relacionan con los que, creyendo poseer determinada diferencia, se agrupan para constituir un núcleo de reivindicación social.
En cuanto somos animales políticos, sin el reconocimiento del otro no nos atrevemos a ser. Con nuestra idiosincrasia, peculiaridad y unicidad. Sin embargo, esta necesidad de estar respaldados por un grupo que posean nuestra misma diferencia acaba convirtiéndose en una cierta trampa. El grupo ejerce sobre nosotros la misma presión que reprochábamos a la sociedad homogénea. Si, por un lado, reconoce la legitimidad de nuestra diferencia, por otro lado, impone un relato homogéneo del propio grupo que debemos sostener para no ser arrinconados.
En las sociedades actuales lo dicho hasta ahora se detecta en la diversidad de grupúsculos que hay, y en los que los individuos creen haber hallado quien reconozca su identidad, sin apercibirse de que esta deseada identidad se la acaba matizando, puliendo e imponiendo el propio grupo. Ejemplos de esto son los movimientos LGTBI, feministas, independentistas, los partidos políticos, y , en general, cualquier grupo que se une en defensa de un relato que no acepta la heterogeneidad, aunque supuestamente esté luchando por ella. Concretando aún más: ser homosexual tiene cabida en el movimiento LGTBI. Ahora bien, todo individuo que se sienta homosexual ¿está “obligado” a sostener el relato queer que va más allá del reconocimiento de la homosexualidad como una condición legítima y a normalizar? Ejemplos como estos podríamos encontrar bastantes. Es decir, los movimientos que tienden casi a institucionalizarse acaban cometiendo el error contra el que luchan: homogeneizar discursos y, por ende, la supuesta identidad de los individuos.
El problema reside, en consecuencia, en la necesidad de que dentro de un marco de ideas no haya discrepancias. Estas se consideran debilidades que pueden dar al traste con la estabilidad del grupo. Tal vez, surja un día un movimiento de la discrepancia en el que la cualidad distintiva sea discrepar, inclusive del mismo movimiento.
