Ayer se realizaron las elecciones al parlamento de Catalunya y, por ende, aunque no necesariamente, el apoyo a un candidato para ser presidente de la Generalitat.
El resultado vuelve a ser una aritmética complicada que abre paso a una serie de pactos que pueden sorprendernos. Sin embargo, a mi juicio la noticia fue que la participación se quedó en el 58% del censo electoral. Es decir, de los que tienen derecho a voto el 42% se abstuvo de participar, más toda esa población inmigrante que vive y trabaja en Catalunya y que no tiene derecho a voto. Así, la cantidad de ciudadanos de Catalunya que por voluntad o impedimento legal no participaron en ese juego democrático es considerable.
La primera cuestión que deberíamos plantearnos es qué representatividad tendrá el gobierno que salda de estos comicios. Entiendo que no la suficiente, aunque algunos se hayan inhibido por propia voluntad. La abstención también es una manera de manifestarse políticamente y es crucial interpretarla en cada caso. Puede significar la negativa a entrar en un juego que se denomina democrático y que no satisface en absoluto lo que muchos ciudadanos creen que debería implicar una democracia; es decir, mucho más que ir a votar cada cuatro años -tres en este caso-, sin poder someter a revisión y revocar la confianza puesta en un partido si al cabo de x tiempo éste no asume sus compromisos, por ejemplo. Otros aspirarían a que la participación pudiese vehiculizarse de otras maneras, más allá de manifestarse y por interrumpir gravemente la vida diaria de la ciudadanía que se les acabe escuchando. También los hay que consideran este juego político un engaño, ya que la política se dirime en otras esferas de ámbito económico. El “miedo” a otro proceso independentista unilateral parece haber disminuido, ya que aunque sí se ha producido un vuelco hacia partidos no independentistas, la poca participación en los comicios no evidencia una preocupación entre los que se han inhibido.
Y, tal vez, en el núcleo de todo esto se halle la desconfianza y decepción hacia todos los políticos, y que nadie vaya a resolver los temas más acuciantes en Catalunya como son el de la vivienda, la desproporción entre los sueldos y los precios de todo, la integración satisfactoria de los inmigrantes, la sequía que hace años que se arrastra y el poco valor y apoyo que se da al primer sector del cual podríamos nutrirnos sin necesidad prácticamente de importar productos de fuera.
Estamos hablando de una desafección por políticas a corto plazo. Si tuviésemos la capacidad los electores de mirar a largo plazo las carencias serían aún mayores.
Ante este panorama de desafección y rechazo de la política quienes tienen un terreno fértil para avanzar son los partidos más radicales de derechas que demagógicamente pueden captar las preocupaciones de los ciudadanos y prometer garantías respecto de lo que no pueden. Ese riesgo está presente en toda Europa, en la que los índices de participación son incluso peores en muchos países.
Parece claro que la democracia tal y como funciona en los países occidentales, aunque se hayan erigido en el modelo a seguir, no satisface para nada las expectativas de la ciudadanía que siente cansinamente que no pinta absolutamente nada, y con bastantes motivos.
Ahora, solo nos resta, esperar sin desesperar a que se pueda constituir un gobierno, para lo cual se agotarán todos los tiempos legales, y que se pongan a trabajar. Quizás sobre los problemas reales de los ciudadanos, los más acuciantes, que son los que desquician y alimentan la idea de que aquí cada uno debe espabilarse por sí solo, al margen de los otros, y por supuesto de la política que nada tiene que ver con ellos.

No deja de ser cierto lo que comentas respecto a la desafección de lo político , pues el ciudadano deja de sentirse representado por unos partidos que sometidos al poder económico de los empresarios y bancos sólo buscan el interés personal de sus beneficios. No hay planteamientos reales contra una sanidad pública saturada, contra una educación mal gestionada y desconcertada del todo, contra un cambio climático que no se gestiona, una masificación del turismo de masas, una carestía de los bienes más básicos como viviendas y medios , y parece que aunque los partidos no cumplen o prometen algo sin más la ciudadanía poco le importa el deterioro democrático de ese bien común . La extrema derecha demagógica es precisamente el diseño perfecto para el descontento fruto de cierta ignorancia y falta de crítica . La propaganda como decía Russell forma parte de un pacto de Estado para adocenar la ciudadanía en todos los ámbitos. No se trata ya de independentismo o de unionismo, o de conflictos mundiales porque las instituciones adquieren un poder descomprometido de los ciudadanos. No hay reforma, no hay revolución, no hay posibilidad de disidencia social ahora mismo. El simple poder de dejar de consumir para o por o con que tendría la ciudadanía no es posible porque han dividido demasiado las individuales. Que nos queda entonces? Creo que acaben cayendo en descredito total las instituciones politicas y sociales que nunca han garantizado cierta paz social ni cierto deseo de igualdad económica.
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Moltes gràcies, Xavier, per la teva reflexió que aprofundeix encara més.
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