En la aparente y engañosa quietud que alcanza la existencia, a veces, las vísceras explosionan, nada se halla en el lugar que le habíamos atribuido, buscando esa quietud que nos encalma. Agazaparnos a la apariencia tan solo contribuye a una revuelta interior sin precedentes, o con ellos ya en el olvido.
La única opción es apostar por la veracidad, por dejar que se desborde la potencia de las emociones que sentimos que nos desestructuran. Mas, ¿quién nos inoculó esa categoría destructiva? No somos seres definitivamente llegados a puerto. Antes bien, un vaivén continuo que nos apasiona y nos brinda ser deseo y pasión; y otras padecer y dolor. Pero nunca, deberíamos aspirar a lo que no nos pertenece, como materialidad, porque eso sí que nos destroza, nos desconcierta y no nos permite vivir, ser experiencia. No estamos en el mundo para nada, pero ya que estamos seamos lo que somos, contingencia fugaz.
