Todos llevamos, a pesar de los años, ese niño interior en el que se fue grabando a fuego una geografía emocional. La orografía depende de la experiencia que se va forjando, unos presentan gran variedad de montículos y grandes promontorios, otros se asemejan a planicies cubiertas por un manto de hierba, aunque pueden estar compartimentados en bocages por bardizas naturales o artificiales. Sea como fuere, la litografía resultante ha sido fraguada con dolor y predispone a una percepción del entorno determinada.
Quienes se creen con la capacidad de remodelar esa geografía primaria padecen un cierto sentido de omnipotencia, ya que solo cabe matizarla para que las zonas afiladas rasguen con menos continuidad los tejidos circundantes. Nadie puede salvar a nadie, la salvación fue un delirio cristiano que sirvió, y sirve, de lenitivo para algunos. Solo resta que uno mismo, con el apoyo de otros no tan contaminados, reaprenda la manera de mirar, y que esta sea menos nociva.
