Ascendí a las alturas, esas en las que las montañas están calvas y parece que el cielo se halle más cerca que nunca. Aluciné por unos instantes creyendo que estaba recuperando la vida. Sin embargo, ella ya no me pertenece porque está plena y eufórica realizada en los que empiezan a vivirla por sí mismos. Ellos suben y bajan, y mis huesos solo consiguen subir en el mismo lapso. La vida se me escapa.
No me lamento. Demasiadas veces la maldije y deseé que se fuera. Ahora, es un lujo verla pausadamente despedirse con la elegancia de quien a pesar de todo te ha amado. El amor no siempre es armonía, a menudo te sacude estrepitosamente para que aprendas a gustar su valor. Nos ocurre a los humanos que, ante la costumbre de poseer, dejamos de tener en cuenta que la carencia es estremecedora. Y cuando dejamos de poseer, en ese instante, nos apercibimos del valor de lo que constituía parte de nosotros mismos. Damos muchas cosas por supuestas, y nada hay en la vida que se dé necesariamente, sino que la contingencia es nuestra abrumadora realidad.
Por ello, desde la atalaya de mi decrepitud sondeo cuanto he recibido y me ha dado vida, así como no olvido la carencia y el dolor de no poder ser. En general, estoy satisfecha de cuanto he aprendido a sortear, lo que he luchado por ser algo semejante a lo que deseaba. ¡Mis limitaciones han sido tantas! Y gracias a ella me ha sostenido en la materialidad que soy, sin huidas a trascendencias consoladoras. Frente a frente, siempre. Ahora, frente a la muerte deseo seguir disfrutando de este último hito, que es el único que todos lograremos.

Muchas gracias por recordarme que soy mortal, que el final se acerca y que este tiempo, no sé si de decrepitud o de hastío, debo vivirlo en la aceptación incondicional de todo lo que fui.
Ea difícil para mí hacerme viejo contemplando, lo quiera o no, las infinitas cantidades de estupidez humana. Es difícil soportar tantas mediocridades. Sin embargo, cuando me doy cuenta de mi propia estupidez y mediocridad, surge de pronto algo que me da alas para volar, no a las alturas, sino a ras de tierra. Entonces descubro que solamente puedo estar vivo en el instante y que todo lo demás ha sido un sueño.
No, no es fácil, al menos para mí, afrontar el inexorable hecho de la muerte, pero aun así, cuando me doy cuenta de que respiro y puedo ver, oír y andar, me inclino ante la majestuosidad y la impenetrable belleza del Gran Misterio. Entonces y en este tiempo, en todo momento y en todo lugar, doy gracias por todo, por lo bueno y por lo malo. En cualquier caso, cuando tenga que venir, que venga porque me encontrará agradeciendo y soñando aquel mundo feliz que pensaba en mi juventud.
Recibe un cálido saludo de tu seguidor.
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Para nadie es fácil, pero darle alguna vuelta puede hacerlo más llevadero
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