La intrahistoria[1] – ¡tan apreciada por Unamuno! – se gesta en las interacciones de los unos con los otros, razón por la cual podríamos sostener que, si logramos que lo gestado sea un lugar para que cada uno tenga una vida digna, tenemos una responsabilidad destacada en la historia. Sin embargo, sin ser los vínculos y la unión en comunidades en las que la diversas tiene cabida lo que consideramos aún emancipador, tampoco se ajustaría que sostuviésemos que la amplificación de lo que sucede en la cotidianidad silenciada constituye el acontecer que podríamos -siguiendo la terminología unamuniana- denominar la historia, esa que posteriormente quedará “escrita” como tal.
No soportaríamos la existencia sometida constantemente a un mercadeo de intereses de unos y otros, y cada uno tensionado para dirimir con quien negocia, para evitar catástrofes irreversibles. Israel, EE. UU., Palestina, Rusia, Ucrania, El Líbano, Irán…no son sujetos colectivos ampliados de un reducto. Estos, y otros no mencionados, están escribiendo una historia en contra de lo que la mayoría de los individuos, precisamente por sus vínculos con los otros, y por su existencia concreta desean. Esta “Historia” es una “contrahistoria” porque no refleja lo que deseamos, padecemos, necesitamos para existir con dignidad la mayoría de los humanos. ¿Quién desea vivir sometido a una guerra en la que no tiene voz ni voto que solo produce muertes, desgarros y está creando generaciones futuras en las que se ha inoculado el odio, a base de su devastación como sujeto?
Muchos viven sedientos de paz, hambrientos de silenciar las explosiones y de erradicar las muertes de tantas personas cotidianamente. Los humanos de carne y hueso, que no tienen la palabra, que tan solo son víctimas o ejecutores de decisiones que toman los que nunca van a las guerras, los que las ven desde los despachos y desde sus pantallas en un lugar privilegiado y protegido.
Nadie es del todo inocente del mal ajeno, pero las devastaciones colectivas de vidas, la destrucción de pueblos enteros y las masacres diarias a las que asistimos hace muchos años, en un lugar u otro del planeta, no “nos representan”. ¿Y si por unanimidad todo un pueblo decidiera no ir a la guerra para convertirse claramente en el verdugo de otro? Sé que las contingencias de cada lugar son complejas, pero tras generaciones que solo han vivido en estado de guerra ¿no merecen poder decidir si desean esa vida u otra?
Esa Historia Oficial de la que hablaba Unamuno, no es la amplificación de la intrahistoria -como posteriormente en otros términos se ha sostenido- sino una “contrahistoria” que menoscaba el deseo de los que son obligados a construir una historia que no quieren. La revolución más pacífica sería negarse a participar en confrontaciones bélicas que se gestan en los despachos, y que poco tienen en cuenta la existencia de cada humano.
[1] “la vida silenciosa de los millones de hombres sin historia que a todas horas del día y en todos los países del globo se levantan a una orden del sol y van a sus campos a proseguir la oscura y silenciosa labor cotidiana”, según la define Unamuno, en contraposición a la Historial Oficial.
