Ayer asistí a la presentación de libro de relatos “El ruido de las lavadoras”. Este compendio tiene la particularidad de ser, casi un testimonio, de cómo veinticinco autores que empezaron en los talleres de escritura creativa de Esmeralda Berbel -la impulsora de esta obra, junto a Daniel Sardà- desde niños, siguen hoy, ya siendo jóvenes adultos entregados -cuando pueden- al arte de escribir, desde el lugar que se han ido trazando en sus vidas. Aunque, y esta es otra peculiaridad, bastantes de los cuentos fueron gestados cuando los autores eran preadolescentes en los seminarios de Esmeralda.
Son escritores unidos por la pasión propia y la de Esmeralda que, junto a su maestría, han permanecido a lo largo de más de veinte años hilados por el amor a la literatura. Así, estos relatos poseen un doble valor: el literario -de gran calidad- y el de los vínculos que los unieron a Esmeralda.
Un logro gratificante para la maestra de palabras y para los que bajo su tutela han ido creciendo y volando solos en este mundo del arte del decir, y de hacerlo por escrito.
Enhorabuena a todos por este testimonio de una parte importante de vuestras vidas y del regalo que supone para los lectores tener acceso a un libro de relatos de este calado.
Os lo recomiendo por la profundidad de muchos de los relatos y por su génesis.
En primer lugar, os dejo un avance del prólogo de Esmeralda Berbel :
Siempre nos ha gustado el ruido de las lavadoras y mezclar las telas con los zapatos, la amplitud de los jeans y la exiquisitez de los de los jerséis de punto. Nos gusta lo acuático y las burbujas. Lavar en privado y en público. Crear dentro de nosotras un tiempo más ligero para lo ajado, una palabra inclinada y sutil dentro de los baldes, esquinar el círculo y volver a él para tender la voz en un cable extenso que pueda palpar otro horizonte. Escribir. Tener ese regalo. Sus ojos, su cuerpo frente a los balcones de mi casa, dentro buscando la palabra del relato.
En segundo lugar, un fragmento, de un relato escrito por Pol Ruiz de Gauna:
Sábado.
“Que ver y poseer no sean lo mismo: eso es el dolor.
Hay un profundo desorden que nos deja con lo imposible en la boca: lo que nunca podremos lamer y, sin embargo, siempre estará con nosotros. Escribo palabras que viven de arrastrarse. Así es, en realidad, el lenguaje. (…)” pág.118
Pedid el libro:
