LA DICTADURA menospreciada.

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Hoy se cumplen cuarenta y nueve años de la muerte del dictador. Uno de los más longevos en la poltrona del poder absoluto, más sanguinario y cuyas atrocidades, cometidas por sus adeptos no han sido juzgadas. Franco ha sido un dictador que supo mantener una imagen de apoyo popular y de cuya actuación aún se conservan desaparecidos y cuerpos en cunetas no encontrados.

Ha sido una dictadura poco condenada, y considerada menos atroz que otras, aunque su duración y, por lo tanto, los muertos y la destrucción que ha dejado la sitúa como una de las más virulentas. El baile de cifras es considerable, respecto de los desaparecidos; precisamente porque no se ha hecho ningún intento de reparación, ni de investigación al respecto. La Ley de la Memoria Histórica ha sido el único gesto desde que vivimos en Democracia -cuya condición es tan cuestionable como la de otros países europeos-, y todos sabemos la de impedimentos y oposición que ha despertado.

Mi generación somos los “hijos del franquismo”. Lo denomino así, porque habiendo vivido los últimos estertores de la dictadura y las convulsiones de la transición a la democracia, hemos crecido en un maremágnum de contradicciones, miedos y dificultades de acceso a la cultura, por ejemplo, al aprendizaje de otras lenguas, que nos ha envestido de un aire contestatario, revolucionario, pero con plena conciencia de lo que es una dictadura y el temor a que los nuevos populismos sean, a la postre tiranías salvajes.

Recuerdo celebrar en la clase la muerte del dictador, con once años, porque habíamos inhalado una hartura y un deseo desatado de que la situación política cambiara, que sin poseer la conciencia plena de lo que eso iba a suponer, creíamos que ya se podía hablar de política. Nada más lejos de la realidad. La transición no fue fácil, nada de modélica, por cierto; violenta y represora porque no estaba en la agenda de nadie mirar hacia atrás, y los familiares que aún sufrían por la desaparición de los suyos tenían la boca sellada. Vivimos durante años con militares en las calles provistos de metralletas -o lo que fuese, que de armas ni entiendo ni quiero-, y ese paisaje pasó a formar parte de nuestra cotidianidad. Manifestaciones que acababan con “los grises” apaleando y deteniendo a los ciudadanos, porque siempre eran no autorizadas, y una tensión entre el deseo de libertad y el miedo a los militares, que culminó con el golpe de estado de 1981 fracasado, pero que nos tuvo en la cuerda floja. Aún no se ha descalificado la investigación de aquella nueva atrocidad, y desconocemos el papel que ciertamente jugó el rey Juan Carlos I. Aunque sabiendo lo que hemos sabido después sobre sus actividades, la convicción de que estuvo implicado está más extendida. No obstante, en democracia, sería hora de que el Estado diera cuenta de lo que ocurrió, cuestión que evidencia la rémora que aún arrastra España de esa dictadura que aún no hemos sofocado plenamente de los tejidos más conservadores.

Hoy es una jornada triste, en el fondo, porque nos vuelve a recordar las cuatro décadas, tras una sangrienta guerra de tres años y una posguerra muy dura, que se robó la vida a muchos millones de personas, murieran o no, y porque nos invade cierto sentimiento de ser ignorados, quizás porque los primeros que hemos intentado “enterrar” cuanto pasó, hemos sido nosotros mismos.

Dejo un enlace de la Televisión de Catalunya titulado «La verdad sobre la dictadura de Franco«

https://www.3cat.cat/3cat/la-veritat-sobre-la-dictadura-de-franco/

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